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Por Guillermo Deloya Cobián La negación sistemática de un problema propicia como resultado irremediable que éste se agrave. Si no se promueve el diálogo y el consenso en temas de preocupación para la sociedad, si no se establece un canal para procesar el desánimo y si se aminora con desdén el pesar de quienes peticionan

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Por Guillermo Deloya Cobián

La negación sistemática de un problema propicia como resultado irremediable que éste se agrave. Si no se promueve el diálogo y el consenso en temas de preocupación para la sociedad, si no se establece un canal para procesar el desánimo y si se aminora con desdén el pesar de quienes peticionan justicia y atención, es lógico que el requerimiento se convierta en ácida demanda. Esa lógica ha aplicado a cualquier tema que tengamos en mente, sin embargo, en una sociedad apergollada por la carencia económica, confinada en la escasez de opciones para salir adelante y azotada por la creciente violencia, es un escenario propicio para que la voz de la mujer mexicana sea ese ruido ensordecedor que acobarda a quienes petulantemente han negado la atención a tan lastimosos calvarios. El ya icónico 8 de marzo en México es una válvula de salida de una presión creciente que, de no ser atemperada, año con año tenderá a recrudecerse entendiblemente. Pero este 2021, el tema ha tomado un matiz que deja un muy mal sabor de boca, en el cual la complacencia de diversos actores con encargos públicos o partidistas, procura un desinterés sobre la reivindicación del movimiento en pro de los derechos de la mujer y entroniza el machismo atávico, aquel que regulariza la violencia y el ultrajamiento. No exagero al plantear lo anterior; o implementamos como país un cerco emergente de políticas públicas para la atención multidimensional de la mujer en México, o vamos a meternos en un callejón sin salida, en el cual se abrirán nuevos frentes de confrontación social y de disensos insalvables, aún cuando lo que precisa el país es rumbo y concordia.

El distanciamiento social y el encierro mandatado por la pandemia ha contribuido penosamente a agravar algo que se viene escondiendo debajo de la alfombra añejamente; la violencia hacia la mujer es una realidad que millones viven en lo cotidiano. Tan solo el pasado año, que fue el que recibió el embate directo de los primeros efectos de la pandemia, rozamos el llegar a los mil feminicidios. 939 mujeres categorizadas en esa barbarie, cantidad que se suma a los casi tres mil homicidios dolosos perpetrados en contra de mexicanas para el pasado año. Como antecedente de muchos de esos tan lamentables decesos, muchas veces se ubica el escenario de la violencia familiar. Este, un fenómeno agravado con el confinamiento, se presenta en uno de cada diez hogares mexicanos en donde, acorde a los censos de gobierno, el 42.6% de los ataques tienen la naturaleza de un abuso sexual, y un 37.8% llegan a la violación. En continuidad del panorama, el Censo Nacional de Impartición de Justicia Estatal, reafirma este escenario: el 90% de los delitos cometidos en contra de las mujeres se componen por delitos de naturaleza sexual, es decir, abuso y violación. La organización México Evalua, ha estimado que existe una cifra negra del delito, es decir, aquel que no llega a ser denuncia, que bien puede rondar en alrededor de un 90% adicional a lo ventilado en los ministerios públicos y juzgados. Con este contexto demoledor y ante una percibida indiferencia o lo que es peor, permisividadpor parte de las autoridades cabe perfectamente la pregunta: ¿y aun así no queremos que la desesperación e impotencia de la mujer mexicana se convierta en rabia?

Indigna hasta el núcleo el que el juicio sobre la honorabilidad de candidatos y funcionarios sea diferenciado cuando se ve a través del lente purificante de la 4T. Desde el elevado estrado público se tacha de impresentables y corruptos a aquellos que abanderan un partido político distinto a MORENA, pero se normaliza que un candidato sobre el que pesan cinco acusaciones de violación pueda acceder a la real posibilidad de gobernar el estado de Guerrero. Indigna por igual que se quiera equiparar la desesperación al contaminante interés político y que se sigan creando enemigos imaginarios donde lo que existe es desolación e impotencia. El amurallamiento de Palacio Nacional, es una bofetada que muestra gráficamente el distanciamiento de la atención y el interés por este problema, y constituye una provocación a priori ensopada de la más penosa insensibilidad. Sin embargo, aún existe tiempo para la rectificación; aún estamos en posibilidad de que el gobierno federal nos sorprenda positivamente y entienda que la fuerza motora de un país compuesto en su mayoría de mujeres, es aquella que nos puede aventajar hacia mejores futuros como nación. Nos corresponde a todos generar las condiciones para que la mujer mexicana brille, prospere y viva segura y plena. Entendámoslo de una vez.