AMLO extrañará a Trump; va al choque con Biden; que acaben las mañaneras: Poniatowska

Andrés Manuel López Obrador extrañará, y mucho, a Donald Trump. Su discurso, siempre evasivo, poco claro y hasta entreguista con el presidente saliente ha dado un giro para enfrentar, según él, al gobierno que comenzará mañana a las 12:00 horas, tiempo de Washington, y que no tiene como prioridad a México, porque ni a Andrés

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Andrés Manuel López Obrador extrañará, y mucho, a Donald Trump.

Su discurso, siempre evasivo, poco claro y hasta entreguista con el presidente saliente ha dado un giro para enfrentar, según él, al gobierno que comenzará mañana a las 12:00 horas, tiempo de Washington, y que no tiene como prioridad a México, porque ni a Andrés Manuel ni a su subordinado secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard Casaubon, les ha importado serlo.

La espera de más de un mes para reconocer el triunfo del demócrata Joe Biden, cuando Trump acusaba fraude y, como él en 2006, llamaba a sus seguidores a la protesta, mandó un mensaje muy claro: Trump no sería traicionado por él ni por su gobierno, aunque sabía perfectamente que la causa estaba perdida.

López Obrador apostó todo a la reelección de Trump, pese a que éste lo maltrató, exhibió, utilizó y amenazó cada vez que quiso con el muro que México pagaría, con el aumento de aranceles a los productos nacionales si no se contenía a la ola migrante en la frontera sur y la exigencia de envío de soldados, así como la obligación de recibir a los solicitantes de asilo mientras esperan respuesta.

Cedió a todo, a cambio de que el republicano le diera cierta libertad.

Que no se entrometiera en su administración.

Se entendieron porque son iguales.

Su discurso es el mismo.

De confrontación, de imposición.

Envió a 27 mil soldados de la Guardia Nacional a vigilar las fronteras y recibió a los solicitantes de asilo.

Ebrard Casaubon fue el comisionado para resolver la amenaza.

Y, como secretario de Gobernación de facto, porque Olga Sánchez Cordero está de adorno -florero, diría su jefe- en Bucareli, viajó a Washington a recibir órdenes de Trump y su equipo.

La visita de López Obrador a la Casa Blanca en julio de 2020 fue, sin duda, para intentar influir en el voto de los latinos, principalmente mexicanos, pero las cartas estaban echadas.

Los 400 mil muertos por Covid-19; la negativa a utilizar el cubrebocas, su discurso polarizador,  su populismo de primer mundo, su obsesión con los medios de comunicación y con los reporteros, columnistas y analistas y su actitud prepotente y autoritaria  lo llevaron a la derrota.

Clave, sin duda, el maltrato constante a la comunidad hispana -como le llaman allá-, mexicanos incluidos, a los que calificó siempre como una amenaza para la clase pura, superior, estadunidense.

El nacionalismo exaltado dividió aún más a la de por sí racista, clasista y xenofóba sociedad estadunidense.

A Trump no lo salvaba nadie.

Biden, hasta ahora, no ha mencionado a México.

Tiene prioridades, para las cuales fue elegido.

Debe acabar con todo lo hecho por Trump.

Y le corre prisa.

Está previsto que en su discurso de mañana anuncie una serie de decretos en cascada para acabar de una vez por todas con las locuras de su antecesor.

El voto de los hispanos -como les llaman allá- , mexicanos incluidos, por supuesto, fue clave y, ahora, debe cumplirles: les prometió una reforma migratoria, legalizar a cuando menos once millons de indocumentados y así será.

López Obrador, en tanto, mantiene la posición retadora.

Basta ver cómo apretó a los agentes extranjeros, principalmente de Estados Unidos, con la reforma a la ley que ordenó y cómo acusa así, abiertamente, a la DEA de fabricar delitos al general exsecretario de la Defensa Salvador Cienfuegos.

Es más, ese “no íbamos a quedarnos callados ante los abusos de la DEA” y “Yo también puedo decir qué decepción de la DEA” no son gratuitos.

Quiere que en Washington lo vean como un rebelde, pero se equivoca porque cuando Biden quiera dará un manotazo en la mesa y tanto López Obrador como su 4T tendrán que doblarse.

Es un suicidio desafiar al país más poderoso del que depende, además, más del 60 por ciento de la economía nacional.

 

Que se acaben las mañaneras

Deben acabar las mañaneras, dice Elena Poniatowska.

La amiga de los presidentes priístas y panistas no está errada.

Dice la escritora que el recurso está agotado y que irritan y aburren.

Absolutamente cierto.

Y en twitter la destrozaron los bots.

Pero Andrés Manuel no dejará las mañaneras jamás, porque es su forma de gobernar.

Desde ahí destroza reputaciones, exhibe a sus adversarios, o a los que considera así, envía señales como manager de tercera -aludiendo al beisbol, que tanto apoya- y da línea.

Por cierto, Andrés sabe perfectamente que no puede referirse a los temas electorales porque está violando la Constitución.

Porque la ley que así lo ordena está en la Carta Magna y porque se legisló después de 2006, cuando él y todo el Partido de la Revolución Democrática (PRD), al que abandonó para integrar Morena, presionó por la intromisión de Vicente Fox en la elección presidencial, que hasta el Tribunal Electoral (Trife, pa’ más señas) reconoció.

Y ahora sale con que el pueblo tiene derecho a informarse.

¿Y entonces, con Fox, no tenía ese derecho?

 

Se destapa Anaya

Ricardo Anaya Cortés es el primero que se destapa rumbo a 2024.

Y lo hace justo a tiempo, cuando se necesita alguien que levante la mano en la oposición, porque, después de dos años de este gobierno, nadie se ha atrevido a hacerlo.

Dice que recorrerá pueblos, municipios, los próximos cuatro años.

Enrique Peña Nieto y su gobierno lo acabaron en la elección de 2018 con acusaciones falsas.

La entonces PGR, hoy FGR, como ahora, fue utilizada como instrumento político.

Todo es igual.

Ricky Riquín Canallín, como le llamó Andrés Manuel, tiene con qué dar la pelea.

Peña Nieto lo exoneró un día antes de concluir su gobierno, ya cuando había hecho el favor a López Obrador a cambio de no investigarlo… siempre y cuando no se requiera.

 

Vámonos: Ahora, envalentonado, hasta afirma que son estupideces, pero cuando apareció ante el juez ni pío decía. Salvador Cienfuegos Zepeda sabe más de la cuenta.

 

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