Contrastes generacionales: la experiencia estética en la era digital

BORIS BERENZON GORN A la memoria de mi maestra Tere del Conde Hace unos días me encontraba en el Museo de Arte Moderno recorriendo dos exposiciones: “Reflejos de lo invisible”, en honor al extraordinario creador Arnaldo Coen; y “Eje Neo Volcánico”, sobre la narrativa y representación artística del volcanismo a partir del nacimiento del Paricutín.

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BORIS BERENZON GORN

A la memoria de mi maestra Tere del Conde

Hace unos días me encontraba en el Museo de Arte Moderno recorriendo dos exposiciones: “Reflejos de lo invisible”, en honor al extraordinario creador Arnaldo Coen; y “Eje Neo Volcánico”, sobre la narrativa y representación artística del volcanismo a partir del nacimiento del Paricutín. En la exposición se encuentran algunas obras del Dr. Atl y se presentan casos de estudio desde la experiencia científica hasta el simbolismo antropológico, pasando por una serie de ejemplos que conectan con la naturaleza del fenómeno geofísico que transforma y construye el paisaje.

En medio de una multitud de muchachos de unos veinte años que transmitían en vivo su recorrido, que narraban la experiencia y que compartían su sentir a cambio de likes; de otros tantos, un poco más mayores, que buscaban el mejor ángulo para tomar una fotografía; me llamó la atención una pareja de ancianos que, posicionados a un metro de una obra del Dr. Atl, permanecían parados lado a lado en actitud contemplativa, absortos en la experiencia estética e ignorando completamente el bullicio y la actividad apresurada de los jóvenes que convertían el recorrido en una transmisión digital.

La visita se tornó en un modelo de representación del cambio generacional, que está además completamente atravesado por la tecnología. He de confesar que buena parte del recorrido me la pasé tratando de huir de fotografías y transmisiones en vivo, pues sentía pánico de aparecer como espectador de museo desalineado ante cientos o miles de personas que podrían estar del otro lado de la pantalla. Los emisores compartían con peculiar facilidad cualquier detalle de su vida, sus impresiones sobre lo que estaban viendo y hasta una que otra broma incoherente que rompía un silencio que por décadas caracterizó al museo, mismo que solía ser visto como espacio cuasi sagrado, panteón de objetos inertes que separaba la vida real del sueño.

Esta vitalidad inyectada por las generaciones digitales es una representación de la forma en que comprenden el mundo. Hay que decirlo, reinan la rapidez y la superficialidad. Rara vez se detenían a leer una cédula completa y a menudo hablaban de lo que veían sin tomar en cuenta al autor o el nombre de la obra. No importaba, lo relevante era reconocer el entorno, comunicárselo a los demás, reforzar la propia identidad y crear una narrativa sobre el emisor y de cómo desea ser reconocido frente a sus iguales. Producir contenido era el objetivo principal, las vistas, los likes y, por supuesto, la visibilidad del yo.

El acto de experimentar el arte cambia de valor y se convierte en una práctica comunicativa, reafirmación de la identidad y experiencia social que trasciende del sentir individual y se transforma en representación colectiva. La pareja de ancianos, en cambio, constituye el modelo tradicional de experiencia estética que es, ante todo, subjetividad, individualidad y conexión desde el horizonte de lo propio frente a la otredad. No responde a la rapidez ni a la prisa, se centra en la profundidad, en la contextualización y la experimentación de aquello que trastoca la normalidad de quien se enfrenta a la obra de arte. Es un acto para el aquí y el ahora y la memoria se preserva en sí misma.

En el mundo digital, el intercambio de información en tiempo real es una ventaja que elimina las distancias físicas y permite conectar con personas de todo el mundo, pero también exige el desarrollo de una actividad performática por parte de quien crea el contenido, por lo menos, si de verdad le interesa ganarse un público mínimo y gozar de las ventajas de enunciación que tienen los llamados influencers. En todo caso, la experiencia no debería ser calificada como mejor o peor, como suelen hacer los melancólicos del pasado, sólo debemos admitir que es diferente. Quizá no es que el arte esté en crisis, como se ha sostenido, sino que cumple una función social diferente.