De urgente y necesaria corrección

10, julio 2021

Sería un buen momento para que, con fría objetividad, se reconociera que falló el proyecto de conversión del sistema de salud de nuestro país. No se trata de conceder razón hacia la afinidad ideológica de bandos en la política, se trata de proponer un viraje necesario en el camino para salvar vidas que hoy se están perdiendo a racimos en todo el país. Estamos en una situación de emergencia que ya no debería buscar culpables en el pasado ni presente, pero si debería relevar de responsabilidades a aquellos que notoriamente no han entendido las dinámicas de todo un sector que, con muchas deficiencias, pero se mantenía en pie para atender a una población que, como la mexicana, presenta cuadros de riesgo claramente identificados.

Pero el momento sencillamente no ayudó a una planeación que, por supuesto se gestó con buenas intenciones, pero que por igual delineó un mapa poco funcional de acciones basadas en el revanchismo y el rencor político. La destrucción de un modelo “neoliberal” enraizado en el sector salud, no fue una cadena de decisiones equilibradas ni técnicamente viables, fue mayormente la construcción de una narrativa que propuso la destrucción del Seguro Popular, sin tener un sustituto funcional como supuestamente vendría a constituirse el Instituto de Salud para el Bienestar. Así, desde ese 11 de julio previo a la pandemia, se procedió a eliminar de los flujos de abasto a todos quienes estuvieran relacionados con un pasado que el actual gobierno federal juzgó como corrupto de manera generalizada. No hay duda, los excesos campearon, pero no venían en paquete como un colectivo donde todos y cada uno de los actores de esta función del estado se pudiesen tildar de cómplices o de conspiradores. De un plumazo se rescindieron contratos de proveeduría médica y se pensó que lloverían ofertas para suplir a los desterrados. No era ni factible ni real el reactivar cadenas de abasto de productos farmacéuticos de alta especialización y el desequilibrio en esa ruta inició la trayectoria hacia al destino de caos que ahora experimentamos los mexicanos.

El desabasto de insumos para la salud no se circunscribe de manera exclusiva a los medicamentos para el combate al cáncer infantil. Desafortunadamente, existen otros padecimientos con altas tasas de mortalidad, para los cuales la sequía en la atención es por igual desesperante. Nuestro país encuentra un elevado porcentaje de mortalidad e incidencia en padecimientos dentro de las áreas de nefrología, psiquiatría, neumología, cardiología y por supuesto, oncología entre otros. Ahí, México ha enlistado una necesidad con tintes de llamado de emergencia para que a través de la comunidad internacional y los organismos que representan auxilio en esta contingencia como la Organización de las Naciones Unidas, se pueda acceder a materiales y medicamentos que, sobra decir, cuando se tienen que adquirir obligadamente y en un escenario de emergencia, los mismos están muy por arriba de los precios que se obtienen cuando se tienen cadenas regulares y activas para la adquisición de los mismos.

Pero el problema se agrava cuando tenemos por frente una contingencia sanitaria aún activa, como lo es la pandemia por COVID-19. Lejos, muy lejos estamos del cumplimiento de la promesa presidencial para equipararnos a servicios de salud como los de Dinamarca y mucho menos lo estaremos cuando lo emergente no permite consolidar lo fundacional. Estamos en una carrera donde difícilmente se pueden destinar recursos programáticos hacia el arreglo estructural y administrativo que reina en el sector. Estamos tapando hoyos mientras destapamos socavones no tan solo por lo anteriormente mencionado, sino por la realidad que nos impone una condición mundial. La confusión y disfunción transicional entre modelos de salud, propicia que el ritmo de vacunación, así como la observación y prevención epidemiológica, sean pendientes que, al igual que en casos habituales de padecimientos, ahora mismo están cobrando vidas de manera acelerada.

En este mismo día, 10 de julio, la cifra de vacunados ronda los 35 millones de mexicanos de los cuales, cerca de 21 millones cuentan con el esquema completo de dos dosis aplicadas. Si a esa ralentización le sumamos la impericia e irresponsabilidad de quienes tienen a su cargo el manejo de la pandemia, podríamos estar cerca de un colapso para el cual no estamos ni remotamente preparados. Nuevamente vendrán las promesas rotas desde el púlpito presidencial; ni llegamos a prestar servicios de salud como los países europeos ni vacunamos a 50 millones de mexicanos en el fin de junio. Mientras, en los círculos de poder se buscan culpables y justificaciones, en miles de hogares se busca consuelo ante el luto doloroso que se vive sin solidaridad.