El campo mexicano es el corazón de nuestra identidad nacional y base de la soberanía alimentaria nacional. A través de los siglos, nuestra tierra ha dado vida a una riqueza cultural y agrícola incomparable, y en el centro de esta historia se encuentra el maíz, un regalo de México al mundo, que no sólo es un alimento, sino también un símbolo de resistencia, tradición y futuro.
El maíz nos acompaña como parte de nuestra cultura y, desde nuestros orígenes como país, la tortilla es un alimento tan noble como nuestra gente. ¿Quién no ha probado el taco de sal que, al esperar turno en la tortillería, quien nos atiende tiene la generosidad de regalarnos? Esta semilla es fundamental en nuestras cocinas, restaurantes y en la fabricación de muchísimos productos en todo el país.
Nuestro país produce uno de los mejores maíces del mundo, con una calidad estupenda, digna de los mejores restaurantes del mundo y de los mejores alimentos que de esa semilla se puedan producir. Es necesario mantener la estructura natural de nuestro producto y su calidad como un diferenciador ante el mundo.
Hoy enfrentamos un desafío crítico: proteger nuestro campo y a nuestros productores y productoras frente a amenazas externas, como la introducción de maíz transgénico. Ese tipo de cultivo representa riesgos serios para la biodiversidad, la salud y la economía campesina. Nuestro maíz nativo, con su inmensa diversidad genética, es un patrimonio biológico que debemos preservar a toda costa.
Los organismos genéticamente modificados (OGM), como el maíz transgénico, han generado un debate global. Si bien sus promotores argumentan que aumentan los rendimientos y reducen costos, las experiencias de otros países muestran que los efectos a largo plazo pueden ser devastadores. Entre los principales riesgos se encuentran:
- Contaminación genética: el maíz transgénico puede cruzarse con variedades nativas, poniendo en peligro nuestra rica diversidad de maíces criollos.
- Dependencia económica: las semillas transgénicas están controladas por corporaciones internacionales, lo que somete a nuestras y nuestros agricultores a contratos restrictivos y altos costos.
- Daños ambientales: los cultivos transgénicos suelen estar asociados al uso intensivo de herbicidas que dañan los suelos y contaminan el agua.
México no puede permitir que su autonomía alimentaria quede en manos de intereses extranjeros. La preservación de nuestras semillas nativas es más que una cuestión ecológica, es un acto de soberanía nacional.
Sin embargo, para que nuestras y nuestros productores puedan resistir esta amenaza, es fundamental ofrecerles alternativas viables y sostenibles. En el Congreso hemos impulsado iniciativas que buscan fortalecer al campo mexicano, mediante subsidios justos y transparentes, promoción de prácticas agrícolas sostenibles y mercados justos.
El campo mexicano no puede ser un espacio de abandono ni un campo de batalla de intereses económicos globales. Es una prioridad nacional, protegerlo y empoderar a quienes lo trabajan, dar a esas mujeres y hombres que día a día ven en sus campos el futuro de sus hijos y que indudablemente fortalecen el del país.
El maíz es más que un cultivo: es historia, cultura y esperanza. Protegerlo de los transgénicos significa más que una decisión política: es un acto de justicia para quienes han resguardado estas semillas durante generaciones.
Desde mi labor como legislador, reafirmo mi compromiso de seguir trabajando por políticas públicas que prioricen a las y los productores nacionales y defiendan nuestro derecho a una alimentación libre de riesgos. El futuro de México está en el campo, y el campo necesita de todas y todos nosotros para florecer.
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