Desconexión necesaria

LUIS WERTMAN ZASLAV Yuval Noah Harari, el famoso escritor, recientemente propuso desconectarnos unos tres días a la semana de la tecnología para dedicar tiempo a reflexionar y frenar un poco la velocidad del tres de vida que nos hemos impuesto a partir del cambio de época en el que vivimos. Me parece una buena idea

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LUIS WERTMAN ZASLAV

Yuval Noah Harari, el famoso escritor, recientemente propuso desconectarnos unos tres días a la semana de la tecnología para dedicar tiempo a reflexionar y frenar un poco la velocidad del tres de vida que nos hemos impuesto a partir del cambio de época en el que vivimos.

Me parece una buena idea y un mejor ejercicio. ¿Qué sucedería si, por unos días, suspendiéramos toda interacción digital, como cuando algunas de nuestras generaciones (la mía, por ejemplo) solo podía comunicarse por teléfono de línea terrestre y la televisión ofrecía menos de diez canales?

Tal vez para los más jóvenes la propuesta suene al inicio del fin de mundo, pero si analizamos el uso que le damos a las redes sociales, a las aplicaciones y a muchas plataformas, la verdad es que podríamos aprovecharlas más.

Hoy vivimos en lo que varios especialistas llaman una “economía de la atención”, en la que billones de dólares, euros y pesos, están involucrados para que pasemos más horas frente a una pantalla. El nuevo modelo de comunicación masiva ya no está en la televisión abierta, ni siquiera en la de suscripción, se encuentra en los dispositivos móviles y en la programación hecha a la medida del consumidor.

El conocido dueño de la red “X”, Elon Musk, mandó al diablo en un foro de The New York Times a los anunciantes que han amenazado con boicotear su plataforma, luego de que tomó una postura equivocada respecto al conflicto en Gaza. Textualmente los desafió a no anunciarse y lo calificó de chantaje. Si ese es el tono del propietario, no debería llamarnos la atención que esa red social se ha convertido en el sitio preferido para gritarnos, insultarnos, y no llegar a ningún acuerdo positivo. Paralelamente, sigue siendo una plataforma en la que se denuncian hechos que de otra forma no estarían en la agenda de los medios tradicionales y continúa como una palestra en la que se pueden destacar opiniones diferentes a las que se trata de imponer desde poderosos grupos de interés.

El problema, creo, no es cuánto tiempo estamos dedicando al ciberespacio, sino para qué. Uno de los problemas más profundos de nuestras sociedades es la falta de acción y de decisión de parte de los ciudadanos para modificar lo que nos afecta. Quejarnos en internet es un ejercicio de libertad de expresión, pero ¿y luego qué? ¿cuál es la propuesta?

Irónicamente, nos estamos aislando en un mar de datos inconexos y de supuesta información que debería movernos y conmovernos con los hechos que ocurren en el mundo. No es así. Los radicalismos están encontrando eco y las protestas legítimas no lo tienen, aunque llenen plazas enteras. Eso lo podríamos cambiar si decidiéramos que la interacción digital debe traducirse en presencia civil real.

Las evidencias sobre los puntos de encuentro que tenemos, por ejemplo, en México están presentes todos los días. No obstante, basta ir a cualquier red social, en particular la que dirige Musk, para encontrar una batalla campal, que se mezcla con infodemia y anuncios falsos elaborados con inteligencia artificial (el uso menos inteligente de esa tecnología).

¿Estamos condenados a solo buscar entretenimiento y a mirar todo lo que sucede desde las tribunas? No sería la primera vez en nuestra historia mundial, pero es probable que en esta ocasión las consecuencias sean diferentes y desastrosas.

Tenemos un planeta que hay que restaurar, conflictos bélicos que debemos suspender, y una ola de terrorismo, real y virtual, que no puede tener cabida en este siglo.

Desconectarnos de la tecnología puede ayudarnos mucho, si nos conectamos de inmediato con la realidad que nos rodea, dedicamos tiempo a la conversación pública y ejercemos el mayor de los derechos ciudadanos que tenemos: la participación.

Ojalá que encontremos un balance en este cambio de época real y digital para que podamos actuar de manera corresponsable en el ciberespacio y en el entorno en el que nos desarrollamos. Es hora de hacer un alto, pero uno que sea inteligente y nos permita hacer los cambios que construyan mejores sociedades. Ese es el desafío más grande.