Día 15: La añoranza por la comida mexicana en París

Te traemos la columna de Martín Avilés, nuestro reportero en París, quien durante los próximos días nos mostrará el ambiente de los Juegos Olímpicos desde otro punto



París, Francia / Enviado.- Cuenta la leyenda que la incomprensible sensación de querer volver a casa es mucho más profunda entre los mexicanos en comparación con otras partes del mundo. Y que no existe un mejor ejemplo que el que ofreció la leyenda de las Chivas, José ‘Jamaicón’ Villegas, quien en el Mundial de Suecia de 1958, regaló la más enternecedora muestra de nostalgia de un mexicano por su tierra cuando en una cena de la concentración de la Selección Mexicana de Futbol, se desapareció repentinamente.

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Cuando lo encontraron, estaba inconsolable. Como si se tratara de un niño berrinchudo, le dijo al entonces director técnico nacional, Nacho Trelles, que no quería cenar porque estaba harto de la comida que ahí le ofrecían y él necesitaba unas chalupas, unos buenos sopes y “no esas porquerías que ni de México son”. La comida es el mayor reflejo de nuestra cultura. Y cómo no había de serlo, si aparece cuando menos tres veces al día y todos los días de nuestras vidas.

Es parte de nuestra cotidianidad, tanto, que ni siquiera nos percatamos de esas particularidades que la enraízan en nuestra psique, y por ende, un bocado puede remitirnos a las memorias más ocultas de la infancia. Eso convierte a la comida en un acto simbólico, condimentado con recuerdos vívidos y aderezado con la nostalgia de un momento cuyo valor aumentó con el paso del tiempo y se convirtió en una antiquísima reliquia de nuestra colección favorita.

Ya ha dicho el escritor Juan Villoro que “hay un elemento muy importante en la comunidad mexicana, que es la noción de pertenencia a un clan”. Más allá de adentrarnos en un engorroso tema de estudio sociológico, lo cierto es que tenemos un genuino vínculo con nuestra familia y, sobre todo, con la figura materna. Y no es sino la madre la que —la mayoría de las veces, si no, en dado caso, las abuelas— nos demuestra ese amor único a través del sabor. De ahí a que solamos buscar una sazón casero en cada plato para sentir ese apapacho.

No ha pasado demasiado tiempo desde que llegamos a París, ni tampoco es que se coma mal por acá en lo absoluto, como para decir que me ha dado el síndrome del ‘Jamaicón’, pero basta con ver un menú en algún restaurante, e incluso un bufet, por la mañana para saber que como mexicano se está en problemas gastronómicamente en esta ciudad. Si por allá tenemos chilaquiles, sopes, quesadillas, pozole, barbacoa, pancita y un millón de variedades en platillos para cocinar unos huevos, por acá todo se reduce a pan.

Sigo sin entender cómo es que los franceses no tienen una prominente barriga con tantas harinas, aunque pensándolo bien en México la presumimos con orgullo gracias, precisamente, a esa diversidad culinaria que, para nuestra desgracia, está basada en alimentos altos en grasa y carbohidratos. De alguna manera, uno se adapta a las condiciones que encuentra y almorzar croissants o algún pan azucarado con café se ha vuelto rutinario, por lo que en busca de salir de ese círculo, los restaurantes de comida mexicana han sido opción.

Si uno busca en Tripadvisor opciones mexicanas en París, encontrará una lista de opciones que poco tienen que ver con la cocina tradicional de nuestro país y más se asemejan a esos platillos miniatura con una embarrada de mole, un trozo de lechuga y una cucharada de guacamole armónicamente colocados a un precio exorbitante, pero que, eso sí, se han ganado múltiples premios otorgados por sujetos que dicen saber más de cocina que nuestras abuelas.

Lo cierto es que caminando por las adoquinadas calles que conforman estos enredosos caminos de la capital francesa, he podido probar algunos restaurantes mexicanos. Y la verdad es que si bien son una sustancial ayuda para sobrellevar las cosas, se extraña el intenso picor, la grasa en exceso de los puestos callejeros de la folclórica CDMX y, sobre todo, los precios, pues debido a la escasez de productos para preparar comida mexicana, el costo suele dispararse hasta las nubes. A tal grado que con 15 días de estirar los viáticos como chicle, lo mejor es optar por el croissant y café gratis de la sala de prensa.