Día 2: las banderas mexicanas salidas de Pont Notre-Dame

El orgullo de ver ondear la Bandera de México en la inauguración de los Juegos Olímpicos en París, bajo la lluvia, me regaló un recuerdo apoteósico y eterno



Enviado / París, Francia.- La sensación de ver ondear la Bandera de México por los cielos en una inauguración de Juegos Olímpicos ha sido lo más cercano a lo apoteósico. Sería un lugar común decir que me he quedado sin palabras, pero esta noche, bajo la inclemente lluvia en París, la vida me ha regalado un recuerdo que quedará —cuando menos— perpetrado por el resto mis días en la mente y se convertirá en ese lugar feliz al que uno regresa siempre que busca reencontrarse consigo mismo.

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Sí, ya sé que aquel regordete de blanquezca barba y asociado con el color rojo (no confundir con Santa Claus) Karl Marx decía que el proletariado no tiene nacionalidad, y solo son rasgos definidos por el contexto los que nos dan un sentido nacionalista, pero en realidad somos más bien afines con nuestra propia clase social. Es cierto, pero uno puede racionalizar un planteamiento filosófico marxista con la sangre.

Caminé por las calles de la capital francesa hasta llegar al primer cerco policial de cuatro que tuve que sortear para poder tomar mi lugar a unos metros de las aguas del Sena para poder ser parte de la épica. A caballo, con boinas o imponentes tatuajes que sabrá Dios a qué agrupación antiterrorista se refieran, pero la tensión que transmitían los elementos de seguridad se respiraba con más fuerza que ese espíritu olímpico que pregona lo contrario.

Un policía decía una cosa y luego otro, lo contrario. Y viceversa. Francia era un hervidero de contradicciones producto de la incertidumbre ante los constantes amagues de un supuesto atentado de grupos radicales que piensan que pueden obtener algo de justicia con ese tipo de acciones, ante el desalentador panorama que se suscita en Gaza. De pronto, Daniel se acercó y me pidió poder quedarse cerca para camuflarse entre los periodistas con tal de poder mirar más de cerca la ceremonia.

Era originario de Córdoba, Argentina, y me contó que había llegado aquí con su grupo de amigos, quienes no soportaron el incesante asedio policial y optaron por declinar sus intentos por acercarse al epicentro del mundo en ese momento. Pero para Daniel valió la pena cada esfuerzo cuando la embarcación rioplatense miró a lo lejos la bandera del cordobés y lo saludó con ahínco. Mi piel se erizó y mi corazón palpitó al límite al sentir esa empatía por un vínculo nacionalista tan profundo como incomprendido.

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Pasaron y pasaron países que ni siquiera tenía idea que existían y ubicarlos en esos mapamundi escolares de mi niñez sería imposible. De pronto, una embarcación con banderas verde, blanco y rojo salió del puente con arcos y mascarones de Pont Notre-Dame. Ahí mi mente viajó por un instante con niño que quedó atónito con la noticia de que Soraya Jiménez había ganado el primer oro para una mexicana en Sidney 2000.

Fue ese día en que el olimpismo me sedujo y era 24 años después que por fin estaba tan cerca de eso que me cautivó y tantas veces me expulsó debido a mi lamentable falta de talento en el taekwondo, futbol, baloncesto y cualquier disciplina que intenté y fallé y volví a fallar hasta encontrar un camino a través de las palabras para poder continuar con este obsesivo sueño que cobró forma tan pronto miré esas banderas ondear por los cielos parisinos.