MADRID.- La tarde parecía condenada a la grisura, otra más en una Feria que venía acumulando más bostezos que ovaciones. Toros descastados, faenas planas, y una plaza de Las Ventas expectante, pero cada vez más exigente, cansada de promesas incumplidas. Pero bastó un toro. Bastó “Frenoso”. Y bastó un torero.
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El quinto de la tarde, de nombre “Frenoso”, del hierro de Victoriano del Río, fue el gran protagonista de un festejo que necesitaba un golpe de emoción. Toro de nobleza, con ritmo y profundidad, con ese tranco claro que permite al torero expresarse. No era un toro fácil, pero sí uno con posibilidades para quien supiera leerle, entenderle y, sobre todo, aprovecharle. Y ahí estuvo Fernando Adrián, con el pulso firme y la mirada puesta en el triunfo.
Adrián, consciente del momento y de lo que se jugaba, no dudó: inició de rodillas, con una declaración de intenciones que Madrid entendió desde el primer pase. Por el pitón derecho, “Frenoso” ofreció embestidas largas y humilladas, y el torero las tomó con temple y cadencia. Fueron tandas de gran dimensión, llenas de verdad, donde el toreo brotó con esa pureza que no se puede fingir. Hubo hondura, hubo emoción, y por fin, hubo toreo del bueno.
Lamentablemente, la espada no quiso estar a la altura. Adrián pinchó, y se esfumó una posible puerta grande. Pero la ovación atronadora, la emoción en los tendidos, y el respeto ganado a pulso dicen más que un trofeo. Porque cuando el toro embiste y el torero responde con entrega, se impone la verdad. Y en esa verdad, Fernando Adrián brilló con fuerza.
Lo demás del festejo fue una especie de largo prólogo sin clímax. Manzanares, elegante pero distante, se topó con toros sosos, sin raza. Su primero, “Fardero”, tuvo motor, pero no clase. Aun así, dejó detalles técnicos y una estocada eficaz que le valió unas palmas de cortesía. En el cuarto, la faena fue insulsa y sin historia.
Pablo Aguado, que venía con crédito artístico, se encontró con lo peor del encierro. Su primero, “Dulce”, no transmitió nada, y aunque dejó algunos naturales sueltos de gran expresión, nunca llegó a conectar. Su segundo fue aún peor: parado, soso, sin chispa. Aguado trató de inventar, de poner clase donde no había material, pero el lucimiento era misión imposible.
Por eso, entre tanto gris, la aparición de “Frenoso” y la actuación de Fernando Adrián se sintieron como un oasis. Porque en una feria donde cuesta encontrar faenas completas, la emoción se encuentra en esos destellos.
Hoy, Madrid no habló de cifras ni de orejas. Habló de torería, de valor, de inspiración. Habló de un toro bravo y de un torero que lo entendió. Y en esa conversación, el nombre de Fernando Adrián queda con justicia.
Plaza de Toros de Las Ventas, Madrid. Séptimo festejo de la Feria de San Isidro 2025. Lleno de “No hay billetes”.
Se lidiaron toros de Puerto de San Lorenzo (1º), Victoriano del Río (2º, 3º y 5º) y La Ventana del Puerto (4º y 6º). Desiguales de presentación y juego, destacó el 5º, “Frenoso”, de gran clase y nobleza.
- José María Manzanares, silencio y silencio.
- Fernando Adrián, silencio y vuelta al ruedo tras aviso.
- Pablo Aguado, silencio y silencio.
Incidencias: Al término del paseíllo se guardó un minuto de silencio en memoria de Joselito “El Gallo”. El banderillero Marcos Prieto se desmonteró tras parear al segundo.