CONSTANZA GARCÍA GENTIL
Existir en 2023 no es una tarea sencilla. Parece una declaración un tanto dramática, pero es una realidad. Estamos inmersos en los desastres naturales por el calentamiento global, la creciente animosidad en el ámbito político, las guerras culturales, las crisis migratorias, los conflictos bélicos, la sobrepoblación y las crisis económicas, por mencionar algunos.
A pesar de las expresiones como “generación de cristal” la realidad es que el ser joven en la actualidad implica un peso con el que muchas generaciones del pasado no habían tenido que cargar. Las mujeres y los hombres jóvenes están angustiados por el costo de la vivienda, el cambio climático, el racismo y los prejuicios. A esto debemos sumar que las mujeres jóvenes también se ven afectadas por las amenazas a su salud reproductiva. En su libro The Panic Years, la periodista Nell Frizzell analiza las dificultades y presiones que las mujeres viven hacia el final de sus 20s y el principio de sus 30s, indicando que la presión social, hormonas, ansiedad por el tiempo y las presiones laborales hacen que esto se convierta en un periodo de estrés extremo causado por las dudas de hacia dónde dirigir su vida. Y no existe ni siquiera un término para denominarlo, lo cual nos hace comprenderlo todavía menos.
Considero que el acceso inmediato y masivo a la información no parece ayudar. Nos encontramos ante una generación que está híper conectada digitalmente, pero al mismo tiempo está emocionalmente alterada y sin las herramientas para lidiar con la extrema ansiedad que esto ocasiona. Y una de las peores partes es que lidiar con estas emociones muchas veces nos lleva a aislarnos, cuando la realidad es que lo único que puede ayudar a mejorar esta situación son los momentos de conexión y convivencia humana significativos.
La Oficina Nacional de Investigación Económica de Estados Unidos recientemente publicó un estudio titulado La paradoja de la felicidad femenina, cuyos resultados han causado intriga. En los datos recabados en este estudio se indica que los hombres obtienen puntuaciones más altas que las mujeres en muchas medidas de felicidad. También obtienen mejores resultados que las mujeres en medidas de morbilidad como presión arterial alta, dolor y falta de sueño. A pesar de todo eso, los hombres tienen una esperanza de vida más baja y tienen más probabilidades de morir por suicidio, sobredosis de drogas, cirrosis hepática y otras enfermedades de la desesperación. La paradoja es que los hombres tienen menor morbilidad (enfermedad) que las mujeres pero mayor mortalidad (muerte)
Por otro lado, es más común que las mujeres tengan mayor apertura para decir que están deprimidas o para admitir que sienten dolor. Al mismo tiempo es más común que se les diagnostique con depresión y se les receten antidepresivos. Esto definitivamente no explica los datos tan complejos de la paradoja de la felicidad, pero si nos familiarizan un poco más con la normalización del dolor en la experiencia femenina.
Los datos parecen indicar que, a pesar de que existen muchas dificultades con las que los hombres no lidian en el día a día, nos encontramos a una juventud que comparte la ansiedad y el estrés. Y que en muchos casos sobrepasa sus capacidades de lidiar con ellos.
A pesar de los mensajes que el capitalismo nos da (en los que tenemos que adquirir más cosas para ser felices) la única solución a esta insatisfacción generalizada es la creación de comunidad. El ser intencionales y, a pesar de la voluntad de aislarnos o temerle al prójimo, hacer todo lo posible por reforzar nuestros lazos y crear otros nuevos. Parece ser que esta es, literalmente, la esperanza de nuestra especie.
Twitter: @cons_gentil