La Romita: memorias vivas de un barrio con alma

Rita Rodríguez, vecina y vendedora desde hace más de tres décadas, ha sido testigo del paso del tiempo en este antiguo barrio que aún conserva el espíritu de pueblo



Foto: Aracely Martínez

A simple vista, la Romita parece un rincón escondido entre avenidas bulliciosas como Cuauhtémoc y Chapultepec. Pero sus calles empedradas y su plaza silenciosa guardan una historia profunda, tejida por generaciones que la habitan y la recuerdan.

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Rita Rodríguez, vecina y vendedora desde hace más de tres décadas, ha sido testigo del paso del tiempo en este antiguo barrio que aún conserva el espíritu de pueblo. “Yo llegué hace 39 años, pero llevo 35 vendiendo en la calle. Siempre ha sido tranquilo, la gente del barrio es muy unida. Cuando alguien viene a comer, prueba y regresa”, dice orgullosa. Recuerda con cariño a actores de teatro que comían allí: “Uno muy famoso, ya fallecido, que venía seguido… Ay, se me fue su nombre… te juro por Dios que se me fue, pero era muy amable”, comenta entre risas y nostalgia.

La Romita no solo es un refugio de tradición, también es cuna de cultura. En su Casa de Cultura se conserva un mural que rinde homenaje a la película Los olvidados de Luis Buñuel, filmada parcialmente ahí. “Aquí era un establo donde filmaron la escena de los gallineros, y las casas viejas que salen en la película aún existen”, dice Doña María. “Tenían una placa conmemorativa, pero alguien se la robó. Nos dio mucho coraje.”

Los recuerdos del barrio emergen con fuerza en sus palabras: torneos de fútbol donde venían equipos de Tepito, carreras hasta la avenida Cuauhtémoc y el palo encebado en la plaza. “Se hacían fiestas con cazuelas de guisados. No había dinero, pero sí mucha alegría. Los papás cocinaban y al ganador del palo encebado le daban su comida como premio.”

El corazón espiritual del barrio es su iglesia. Antes dedicada a San Francisco Javier, hoy es conocida por su devoción a San Judas Tadeo. “El padre Alfonso, que ya falleció, trajo la imagen de San Juditas desde España hace como 35 años. Desde entonces la gente viene con mucha fe”, relata.

Las casonas centenarias, las vecindades que resistieron el sismo del 85 y las remodelaciones recientes —como el adoquín nuevo del parque— son parte de los cambios que ha visto la comunidad. “Aquí atrás eran puras casitas de cartón, vecindades. Después del temblor muchas se cayeron y se reconstruyó. Pero gracias a Dios este parque se mantiene bonito.”

La Romita ha sabido adaptarse sin perder su esencia. Jóvenes se han organizado para cuidar el espacio público y proponer mejoras a las autoridades. “Forman grupos, eligen un representante y piden que les arreglen el adoquín, que pinten, y sí lo hacen. Aquí la mayoría viene a sentarse, a leer, a platicar. Es un barrio tranquilo, de verdad”, afirma con convicción.

Mientras que para la señora Juanita, cada día es una oportunidad para preservar el espíritu del barrio. “A veces tenemos gente, a veces no, pero ahí vamos. Lo importante es que esta Romita siga viva. Que se conserve, que su historia no se pierda, porque aquí nació la colonia Roma, de aquí empezó todo.”

Así, entre recuerdos, anécdotas y una paz que contrasta con el caos de la ciudad, la Romita se mantiene como un testimonio viviente del México de antes. Uno donde la comunidad, la tradición y la memoria siguen teniendo un lugar.