Las noches aún gritan la ausencia de Alejandra Pizarnik

JAVIER CASTRO BUGARÍN / EFE Foto: EFE BUENOS AIRES.- La noche en que decidió quitarse la vida, Alejandra Pizarnik habló por teléfono con sus amigos más cercanos sin que su tono de voz revelase nada en especial. Tomó una sobredosis de barbitúricos y falleció horas después, en soledad, reuniéndose con esa dama “azul” que convocó

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JAVIER CASTRO BUGARÍN / EFE

Foto: EFE

BUENOS AIRES.- La noche en que decidió quitarse la vida, Alejandra Pizarnik habló por teléfono con sus amigos más cercanos sin que su tono de voz revelase nada en especial. Tomó una sobredosis de barbitúricos y falleció horas después, en soledad, reuniéndose con esa dama “azul” que convocó en numerosos poemas.

Este desenlace trágico y ambiguo, del que este domingo se cumplen cincuenta años, no basta para comprender la trascendencia de una figura como Pizarnik (1936-1972), autora que “transformó” la poesía en español y cuya obra sigue cautivando a lectores de dentro y fuera de Argentina.

“Creo que, del mismo modo en que Borges transformó la prosa, Alejandra transformó la poesía castellana, porque le dio una oscuridad que es específicamente propia”, afirma a Efe Cristina Piña, profesora de Letras y coautora de “Alejandra Pizarnik: Biografía de un mito” (Lumen).

UNA POETA DE MIL CARAS

Nacida el 29 de abril de 1936 en el Hospital Fiorito de Avellaneda, Alejandra Pizarnik reunió en torno a su persona muchos de los rasgos típicos de los “poetas malditos” que, como Baudelaire, Rimbaud o Artaud, concibieron la poesía como un acto absoluto, desdibujando los límites entre obra y autor, entre vida y texto.

El “mito pizarnikiano” comenzó a gestarse en 1954, concretamente en los alrededores de la Facultad de Filosofía y Letras y de la Escuela de Periodismo, lugares que le sirvieron para conocer a poetas surrealistas y a algunos de los referentes literarios y artísticos del momento, como Olga Orozco, Oliverio Girondo o Juan Batlle Planas.

Tras la publicación de sus primeros poemarios, Pizarnik pasó cuatro intensos años en París, en donde, además de entablar amistad con Octavio Paz, Julio Cortázar y Elvira Orphée, dio forma a sus libros consagratorios: “Árbol de Diana” y “Los trabajos y las noches“, este último ganador del primer Premio Municipal de Poesía (1965).

Sin embargo, la confianza de Pizarnik en la palabra comenzó a resquebrajarse tras su regreso a Buenos Aires. La beca Guggenheim (1968) o la aprobación de una beca Fulbright (1971) no lograron vencer el desánimo de una escritora que, con graves problemas de salud, optó por morir en la madrugada del 25 de septiembre de 1972.

Frente a una concepción unidimensional de su personalidad, Piña sostiene que hubo, en realidad, “muchas Alejandras”: la obsesiva y ansiosa, capaz de pasar del amor al odio en minutos; la cálida y entrañable, que ofrecía sus contactos internacionales a otros amigos poetas; y la humorista y seductora, cuyo carisma atraía todas las miradas.

DEVOCIÓN POR EL LENGUAJE

Pizarnik forjó una obra única dentro del panorama literario argentino. La indagación en la subjetividad, el diálogo constante con la muerte, la omnipresencia del erotismo y la sexualidad y la devoción por el lenguaje atraviesan la mayoría de sus poemas y textos, que están muy lejos de la “escritura automática” de los surrealistas.

“Muchos tienen la idea del poeta maldito al que le soplan las musas, pero acá lo que hay es un trabajo de hormiga para corregir y lograr esa perfección formal”, asegura Piña, para quien resulta “imposible” cambiar una sola palabra de los poemas de Pizarnik, incluso de los más breves.

Esa relación tan peculiar con el lenguaje configuró todo su proceso creativo, como refleja “Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra”, una exposición inaugurada en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, hogar de cientos de manuscritos, papeles y libros que pertenecieron a la poeta.

La muestra, que se extenderá hasta abril del año próximo, propone un recorrido por las diferentes fases de su escritura, caracterizada por una “larga etapa de corrección” final, según destaca Evelyn Galiazo, directora de Investigaciones de la Biblioteca Nacional y curadora de la exhibición.

“Era una correctora exhaustiva y hay muchos cambios de palabras y de frases que no remiten a una cuestión de erratas, sino a razones estilísticas, a la sonoridad de las palabras o al ritmo que va desarrollando el texto”, comenta Galiazo a EFE.

FASCINACIÓN INTACTA

La última edición de los “Diarios” de Pizarnik, publicada en 2013, terminó de iluminar sus rincones más oscuros, pero todavía existen incógnitas respecto al paradero de muchos libros personales y escritos, una línea de estudio que Galiazo contempla con interés para el futuro.

“Me parece que nos debemos una investigación más profunda sobre cuál fue el derrotero de todos esos papeles, porque para Sudamérica es un drama la cuestión de la fuga de patrimonios que son fundamentales para nuestra cultura”, apunta la experta.

En cualquier caso, la gran presencia de público en la inauguración de la muestra confirma lo evidente: que la fascinación por Pizarnik, por sus poemas y por su forma particular de entender el mundo sigue intacta medio siglo después de su fallecimiento.