Señal: posicionamiento de la Iglesia frente a la tecnología
Tendencia: evolución y adaptación
El pasado 8 de mayo, el mundo conoció al nuevo Papa: León XIV, el primer pontífice nacido en Estados Unidos, con raíces pastorales en Perú y una formación intelectual forjada entre Boston, Roma y los Andes. En su primer mensaje, León XIV explicó que eligió ese nombre en honor a León XIII, el Papa que en 1891 publicó Rerum Novarum, la encíclica que marcó el ingreso de la Iglesia al debate sobre la justicia social en plena Revolución Industrial. Hoy, más de un siglo después, el nuevo Papa afirma que el mundo vive otra transformación de igual o mayor magnitud: la revolución de la inteligencia artificial. Y, como entonces, la Iglesia no puede quedarse al margen.
Durante más de cien años, el Vaticano ha intervenido en momentos clave para proponer una lectura ética de las transformaciones tecnológicas. Pío XII reflexionó sobre los riesgos de la energía nuclear y la exploración espacial. Juan Pablo II escribió en Laborem Exercens sobre cómo la automatización ponía en juego la dignidad del trabajo humano. Benedicto XVI advirtió sobre los riesgos del relativismo en un entorno digital saturado de información. Y el papa Francisco, en Laudato Si‘, alertó que el desarrollo tecnológico sin un propósito ético puede llevar a una ecología rota y a una humanidad desconectada de su responsabilidad colectiva.
Ahora, León XIV toma la estafeta en un momento de disrupción sin precedentes. La inteligencia artificial está modificando los cimientos de la vida económica, política y espiritual. Algoritmos deciden a quién se le otorgan créditos, qué noticias se ven, quién recibe atención médica prioritaria y cómo se interpreta la verdad. Robots y agentes digitales ya están reemplazando tareas humanas, y plataformas de IA generativa transforman no sólo el trabajo creativo, sino también la comunicación, el lenguaje y la identidad.
En este contexto, la voz de la Iglesia adquiere un peso simbólico y práctico. No se trata de una cruzada contra la tecnología, sino de un esfuerzo por evitar que el progreso técnico corra por delante de la deliberación moral. La tradición reciente del magisterio papal invita a reflexionar que no basta con que una tecnología funcione: es necesario preguntarse al servicio de quién está, qué tipo de relaciones genera y qué valores promueve.
Esa voz no es nueva, aunque muchos puedan suponer que la Iglesia llega tarde al debate; lo cierto es que su historia reciente muestra una constancia en advertir que el desarrollo sin guía puede extraviarse y poner en riesgo lo humano. En años recientes, el Vaticano ha impulsado iniciativas como la Rome Call for AI Ethics, en alianza con empresas tecnológicas y universidades, para promover principios como transparencia, inclusión y responsabilidad en el diseño de sistemas inteligentes. A través de esta iniciativa se promueve la “algor-ética”, una ética del diseño algorítmico orientada al bien común.
El desafío de León XIV es enorme: hablarle a una humanidad cada vez más secularizada sobre límites morales en un mundo donde la tecnología es la nueva religión. Pero precisamente por eso, su intervención es relevante. Porque si todo se vuelve negociable -el trabajo, la verdad, la conciencia, la autonomía- ¿no se necesitan entonces referentes que, sin imponer dogmas, ayuden a abrir preguntas? Tal vez, como hace 133 años con Rerum Novarum, estamos ante el inicio de una nueva doctrina social: una que no se centre solo en la fábrica y el salario, sino en los datos, los sistemas inteligentes y el alma digital de este siglo




