Donald Trump no ha vuelto a la Casa Blanca para negociar. Vino a imponer. Y, lamentablemente, en América Latina empiezan a entender el mensaje. Colombia intentó resistirlo y perdió en menos de 24 horas. México ni siquiera lo intentó.
Gustavo Petro es el presidente de Colombia desde 2022. Exguerrillero y el primer mandatario de izquierda en la historia del país sudamericano, ha construido su imagen como un líder antiimperialista.
Pero su desafío a Trump no duró ni un día. El domingo 26 de enero, Petro ordenó cancelar a última hora la autorización para que dos aviones militares estadounidenses aterrizaran en Colombia con deportados. Su argumento fue que los migrantes debían ser tratados con dignidad y no en vuelos de uso militar.
Trump respondió con la rapidez de un martillazo. Amenazó con aranceles del 25% a las exportaciones colombianas, con la opción de subirlos al 50% en una semana. Sumó restricciones bancarias y fiscales. También canceló visas para funcionarios, aliados y familiares de Petro.
El presidente colombiano intentó sostener el pulso con represalias comerciales. Ordenó subir aranceles a las importaciones estadounidenses, intentando devolver el golpe. Incluso mostró videos de migrantes brasileños encadenados como argumento moral.
Pero no resistió mucho tiempo. Para la noche del mismo día, la Casa Blanca anunció que Colombia había aceptado “sin restricciones” la llegada de todos los deportados, incluyendo los vuelos militares. Trump mantuvo la amenaza de restricciones de visado y mayores inspecciones a los productos colombianos como escarmiento en espera de la llegada del primer avión con deportados.
Petro, que por la mañana jugaba al libertador latinoamericano, cerró el día con su gobierno declarando que el “impasse” estaba superado. Fin del episodio.
MÉXICO: CEDER AL PRIMER DÍA
Mientras Colombia intentó pelear, aunque fuera por unas horas, México ni siquiera amagó con la resistencia.
El viernes 24 de enero, medios estadounidenses reportaron que México había rechazado la llegada de un avión con deportados. La noticia generó revuelo. ¿Era este un intento del gobierno mexicano por marcar un alto a las presiones de Trump?
La respuesta llegó pocas horas después desde la Casa Blanca: México no rechazó el vuelo, al contrario, terminó por aceptar cuatro en un solo día, un récord de deportaciones.
Además, la vocera de Trump reveló que México acepta deportados sin restricciones, incluso de migrantes no mexicanos, se implementa sin problemas el programa Quédate en México y que se han desplegado 30,000 guardias nacionales para contener el flujo migrante.
El gobierno mexicano no desmintió ninguno de estos puntos. Solo emitió un mensaje ambiguo: “México tiene una muy buena relación con EEUU y cooperamos en materia migratoria con respeto a nuestras soberanías”. Un discurso diplomático que evitó confirmar o negar lo que ya era un hecho: Trump había impuesto las condiciones, y México las había aceptado sin decir pío.
DIFERENTES CAMINOS, MISMO FINAL
La diferencia entre México y Colombia fue el estilo. Petro intentó desafiar a Trump y fue aplastado en tiempo récord. Sheinbaum prefirió ceder bajo el argumento de coordinación antes que provocar una crisis. El resultado fue el mismo.
Y Trump no solo apunta a los migrantes. También quiere el canal de Panamá de vuelta. Desde su campaña, insiste en que China “lo opera” y que EEUU “paga demasiado” por cruzarlo. En su investidura, fue más lejos: “Se lo dimos a Panamá, pero lo vamos a retomar”.
El presidente panameño, José Raúl Mulino, respondió inmediatamente: “El Canal es nuestro”. Pero si algo demostraron México y Colombia, es que con Trump la ecuación es simple: presión, amenazas y rendición. ¿Cuánto resistirá el país centroamericano?