Hay fantasmas que persiguen a los gobiernos más allá de su mandato. Felipe Calderón será recordado por la guerra contra el narco. Enrique Peña Nieto, por la corrupción de los gobernadores priistas y de su propio círculo. Ahora, el movimiento que encabezan López Obrador y Claudia Sheinbaum carga con un sello inesperado: el del huachicol fiscal.
Ese término, que nació para nombrar a quienes ordeñaban ductos de Pemex, hoy es sinónimo de contrabando de combustibles, facturas falsas y redes de funcionarios que permiten la entrada de combustible ilegal al país. Y la mancha ya alcanzó a marinos, exfuncionarios y perfiles cercanos a López Obrador.
EL FANTASMA
Los gobiernos quieren ser recordados por sus victorias, no por sus pecados. AMLO apostó su memoria a los programas sociales y a la narrativa del combate a la pobreza. Sheinbaum habla de prosperidad compartida y de que “llegamos todas“. Pero la historia no se escribe sólo con anhelos, también con escándalos.
El huachicol fiscal tiene todo para convertirse en ese legado negro que acompaña al movimiento. Porque no es un caso menor: hablamos de pérdidas millonarias para las finanzas, complicidad de funcionarios y militares, así como acusaciones que, aunque negadas, rozan a los hijos del expresidente.
El decomiso de millones de litros de diésel ilegal en estados como Tamaulipas y Baja California no es un episodio aislado. Detrás hay redes empresariales, exfuncionarios de aduanas y dos sobrinos del exsecretario de Marina de AMLO.
La magnitud obligó al gobierno claudista a admitir que estamos ante los casos más grandes de contrabando de combustibles en la historia reciente.
De ahí que las comparaciones sean inevitables. Si Morena quiere recordar a Calderón como “el presidente de la guerra“, ¿entonces el morenismo será recordado como “el movimiento del huachicol“?
ENTRE LA ESPADA Y LA MEMORIA
El problema no es sólo el golpe económico, que ya es bastante grande. Es también un golpe simbólico. Porque el huachicol fiscal toca fibras que contradicen el relato de la ‘4T’: honestidad, austeridad y hasta disciplina militar. Ver a marinos esposados por contrabando es un espejo roto del discurso de López Obrador y de la promesa de Sheinbaum.
La Presidenta asegura que no habrá impunidad y que “cero corrupción, sea quien sea“. Pero hasta dónde llegarán esas investigaciones. ¿Alcanzarán a políticos de alto nivel? ¿O quedarán limitadas a mandos medios y empresarios menores? La cautela de sus declaraciones refleja el dilema: limpiar a fondo implica abrir heridas en el propio movimiento.
Los legados políticos también se definen por la sombra más grande. Peña pudo pasar reformas estructurales, pero la estampa es la casa blanca, la estafa maestra y los gobernadores saqueadores. Calderón pudo presumir estabilidad macroeconómica, pero quedó atrapado en las cifras de la violencia.
Para Morena, el riesgo es que, más allá de apoyos sociales o promesas de continuidad, la memoria colectiva quede marcada por las redes de corrupción que drenaron combustibles e impuestos. Y esa mancha no distingue entre AMLO y Sheinbaum, porque la historia se escribe con un mismo tajo a quienes comparten proyecto.
Los discursos cambian, las reformas avanzan, los presidentes pasan. Pero los escándalos fijan la memoria. Tras Segalmex, el huachicol fiscal es la mancha negra más profunda de la autollamada cuarta transformación. Hasta ahora.
EL DATO INCÓMODO
Hablando de huachicol fiscal, ayer el SAT reconoció ante diputados la existencia de 109 expedientes de corrupción en aduanas, con un daño de 22 mil 843 millones de pesos. Según su titular, Erick Jiménez Reyes, se han detectado “un sinfín” de prácticas ilegales de importadores y agentes aduanales que ponen en riesgo la seguridad nacional.



