Muerte y vida en nuestros tiempos

FELIPE ARIZMENDI Obispo Emérito de SCLC MIRAR Durante esta semana, Semana Santa, celebramos el misterio central de nuestra fe: que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó para que podamos tener vida plena en El. Si algunos tienen vacaciones, ojalá no olviden el motivo histórico de las mismas: poder participar en las celebraciones de estos

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FELIPE ARIZMENDI

Obispo Emérito de SCLC

MIRAR

Durante esta semana, Semana Santa, celebramos el misterio central de nuestra fe: que Jesucristo murió por nuestros pecados y resucitó para que podamos tener vida plena en El. Si algunos tienen vacaciones, ojalá no olviden el motivo histórico de las mismas: poder participar en las celebraciones de estos días. Y quienes no las tienen, por su trabajo, por enfermedad o por el peso de los años, que unan su cruz a la de Jesús, para que, en vez de desesperarse y estar reclamando todo, sus sufrimientos tengan dimensión trascendente y pesen menos, unidos a lo que vivió Jesús por nosotros.

Sin embargo, el misterio de Cristo sufriente no se queda en el pasado. El sigue sufriendo en tántas personas que padecen algún dolor, sea físico o moral, como enfermos sin recursos para comprar medicinas, ancianos abandonados por su familia, migrantes expuestos a vejaciones y a morir calcinados, presos a quienes nadie visita, jóvenes y adultos que intentan suicidarse por soledad, porque no encuentran salida a sus problemas, etc. Son incontables los casos de quienes, aunque parezca que en todo les va muy bien, sufren por errores que han cometido y de los que nadie se ha enterado, o por daños que otros les han causado y que han dejado huellas profundas en su corazón; no los olvidan y les siguen afectando como si se los siguieran haciendo cada vez que los recuerden.

Así mismo, el misterio de Cristo resucitado se actualiza en tántas personas que hacen el bien a los demás, aunque nadie se entere. Hay mucha gente buena, también fuera de nuestra religión, que ayuda a los demás, que comparte sus bienes con los necesitados, que acompaña paciente y amorosamente a enfermos, a ancianos y discapacitados, que se esfuerza por ofrecer alguna ayuda a los migrantes, que visita a los presos y les acompaña en sus procesos jurídicos, que defiende la vida de los no nacidos y apoya a sus madres, que escucha a quien necesita atención, que no deja solos a quienes luchan por un mejor país.

DISCERNIR

El Papa Francisco, en su homilía del pasado Domingo de Ramos, nos dijo: 

Pero, podemos preguntarnos, ¿por qué Jesús llegó a ese punto? La respuesta es una sola: por nosotros. Se hizo solidario con nosotros hasta el extremo, para estar con nosotros hasta las últimas consecuencias. Para que ninguno de nosotros pudiera considerarse solo e insalvable. Experimentó el abandono para no dejarnos rehenes de la desolación y estar a nuestro lado para siempre. Hermano, hermana, lo hizo por ti, por mí, para que cuando tú, yo, o cualquiera se vea entre la espada y la pared, perdido en un callejón sin salida, sumido en el abismo del abandono, absorbido por el torbellino del “por qué”, pueda tener esperanza. No es el final, porque Jesús ha estado allí y está ahora contigo.

Cristo abandonado nos mueve a buscarlo y amarlo en los abandonados. Porque en ellos no sólo hay personas necesitadas, sino que está Él, Jesús abandonado, Aquel que nos salvó descendiendo hasta lo más profundo de nuestra condición humana. Por eso quiere que cuidemos de los hermanos y de las hermanas que más se asemejan a Él, en el momento extremo del dolor y la soledad. Jesús abandonado nos pide que tengamos ojos y corazón para los abandonados. Para nosotros, discípulos del Abandonado, nadie puede ser marginado; nadie puede ser abandonado a su suerte. Porque, recordémoslo, las personas rechazadas y excluidas son iconos vivos de Cristo”.

ACTUAR

Tú y yo, ¿a quiénes podemos ayudar con su cruz? Ojalá seamos sus cirineos, y no seamos quienes se la hacen más pesada.