El mundo se fractura. No me refiero a fallas geológicas, sino a las grietas cada vez más profundas que dividen a nuestras sociedades. Un estudio reciente del Pew Research Center revela que la distancia ideológica entre republicanos y demócratas en Estados Unidos se ha duplicado en las últimas dos décadas. Esto significa que los valores de los votantes de cada opción política son cada vez más diferentes entre sí, generando fricciones importantes en la convivencia diaria.
Este fenómeno, lejos de ser exclusivo de la política estadounidense, se extiende como una pandemia silenciosa por las democracias de todo el mundo. Desde el auge de partidos extremistas en Europa, notable en estos días en Alemania y Francia, hasta las crecientes tensiones sociales en América Latina, la polarización se ha convertido en una de las tendencias más preocupantes de nuestro tiempo.
¿Democracias en riesgo?
Las consecuencias de esta creciente división son alarmantes. En primer lugar, la polarización erosiona la confianza en las instituciones democráticas. Cuando el diálogo se convierte en un campo de batalla y la búsqueda de consensos se vuelve una misión imposible, la ciudadanía pierde la fe en la capacidad del sistema para resolver sus problemas. Esto abre la puerta a liderazgos autoritarios que prometen “orden” a costa de la libertad.
La polarización genera círculos viciosos de desinformación y propagación de noticias falsas. Las personas se refugian en burbujas digitales donde solo consumen información que confirma sus sesgos, habilitada por los algoritmos de las redes sociales, ignorando cualquier dato que los contradiga y reforzando posiciones fundamentalistas.
Las amenazas e incluso atentados contra personajes políticos, así como el aumento de la violencia en las protestas en varios países, son señales alarmantes de que la polarización puede escalar hacia la confrontación física.
México: ¿un país dividido?
En México, la polarización también se ha intensificado en los últimos años. Tras un sexenio de escuchar continuamente en cada mañanera que somos una sociedad formada por chairos y fifís, un grupo a favor de transformar al país y otro a favor de mantener privilegios, el discurso político se ha radicalizado, con acusaciones constantes entre el gobierno y la oposición que obstaculizan la construcción de acuerdos.
La migración ha sido el catalizador de la polarización entre los nativistas del trumpismo y la cultura woke de las ciudades demócratas en EEUU y entre los euroescépticos y los defensores de la integración en Europa. En México el detonante de la división es la desigualdad social y la corrupción de una casta privilegiada.
Ambos temas complejos que ameritan discusiones profundas, abiertas, que tomen en cuenta múltiples dimensiones. No pueden reducirse a discursos inflamatorios de todo o nada.
¿Hacia dónde vamos?
La polarización no es un fenómeno inevitable. Podemos combatirla fomentando el diálogo constructivo, el respeto a la diversidad de opiniones y la búsqueda de consensos. Los líderes políticos, los medios de comunicación y la sociedad en general tenemos la responsabilidad de construir un futuro más unido e inclusivo.
¿Seremos capaces de superar nuestras diferencias y trabajar juntos para enfrentar los desafíos de lo mucho que todavía queda del siglo XXI?
Cierro con un agradecimiento a Ovaciones y a NTR Medios de Comunicación por la oportunidad de escribir en este espacio semanal en el que espero inspirar reflexiones críticas en tiempos dominados por juicios rápidos y atenciones fragmentadas.
Buscaremos aquí descubrir las señales coherentes en medio del ruido y las tendencias que éstas llevan hacia destinos que todavía podemos evitar o construir.
Guillermo Ortega Rancé
@ortegarance