Gerardo Fernández Noroña siempre fue conocido por su estilo frontal. Pero desde que asumió la presidencia del Senado, mostró una nueva cara: un político emborrachado de poder, lleno de contradicciones y dispuesto a romper las banderas más emblemáticas del obradorismo.
NEGACIONISMO
En abril, ya como presidente del Senado, negó que en México existan desapariciones forzadas, presos políticos o persecución. “Es un gobierno que respeta las libertades”, dijo, defendiendo a la administración de Claudia Sheinbaum.
El contraste es evidente: mientras organismos internacionales como la ONU advierten sobre la magnitud de la crisis, Noroña prefirió descalificar. “No se tolerará ninguna falta de respeto de ningún funcionario de la ONU”, advirtió, más preocupado por la “soberanía” que por las miles de familias que siguen buscando a sus desaparecidos.
Hubo otros episodios lamentables que también reflejan su estilo: como recibir disculpas públicas de un abogado que lo agredió en un aeropuerto, en un acto solemne dentro del Senado. Un gesto que, lejos de cerrar una herida, fue un recordatorio del uso personal del poder institucional en beneficio propio.
AUSTERIDAD SELECTIVA
Otro episodio que marcó su gestión fue el viaje a Francia, en el que se comprobó que eligió viajar en clase ejecutiva, revelado por la periodista Leticia Robles de la Rosa. El Senado pagó el boleto en turista y él cubrió la diferencia: más de 66 mil pesos.
Después vino la justificación: “Es inhumano viajar 13 horas en turista si se está sirviendo al país”. Así lo dijo en una entrevista reciente, convencido de que el servicio público amerita comodidades que la mayoría de los mexicanos jamás podrá pagar.
LA CASA DE 12 MILLONES
La revelación de Jorge García Orozco en EMEEQUIS de que adquirió una casa de 12 millones de pesos en Tepoztlán fue otro golpe a su narrativa. El propio senador lo confirmó en su declaración patrimonial, insistiendo en que no tiene obligación personal de vivir en austeridad: “Si antes fui franciscano fue porque era pobre, hijo del pueblo, no por elección”.
El contraste con el discurso oficialista es brutal. Para un movimiento que se fundó en la crítica a los privilegios, Noroña se convirtió en el mejor ejemplo de cómo se normalizan los excesos cuando se está en el poder.
El caso escaló cuando la periodista Azucena Uresti cuestionó públicamente la compra: “Austeros en el discurso, pero fifís en la vida privada”, dijo en su programa. La respuesta de Noroña fue utilizar la tribuna y su investidura para lanzar acusaciones personales, incluso difundiendo una fotografía de la periodista en redes sociales. La polémica dejó ver un comportamiento grave: el uso del poder institucional para intentar silenciar a la crítica.
CONTRADICCIONES
Fernández Noroña termina su presidencia en el Senado como un personaje lleno de contradicciones: negando realidades incómodas, justificando privilegios, defendiendo lujos personales y abusando de su cargo para amedrentar a otras personas.
El Noroña de hace 20 años, que señalaba a los “políticos fifís” por sus excesos, hoy defiende los propios con la frase de que “no está obligado a ser austero”.
Su paso por la presidencia del Senado nos deja un recordatorio: el poder no transforma a la gente. A veces, simplemente desnuda lo que siempre quisieron ser.
EL DATO INCÓMODO
Sheinbaum dice que el caso Noroña es distractor para no hablar de García Luna. Tal vez. Pero el verdadero distractor cubre otros temas: el descarrilamiento del Tren Maya, el narcosecretario de Adán Augusto, los subejercicios en salud y el aumento de la informalidad laboral.



