¿Nos planteamos propósitos digitales?

7, enero 2024

BORIS BERENZON GORN

Enero es el mes de los nuevos comienzos. Muchos de ellos mueren en su vientre y no ven la luz de febrero, y menos aún la de marzo. Pero hay otros que nacen fuertes, sanos y rebosantes, y definen los caminos del nuevo año. Cambiar cosas no es simple, menos cuando se trata de adquirir hábitos difíciles, como emprender una vida saludable basada en una buena alimentación y ejercicio (el propósito más famoso para lidiar con las culpas de diciembre), realizar actividades para recrearse o aprender algo nuevo, emprender un negocio, o dejar de fumar o beber.

Es sabido que a los buenos propósitos hay que agregarles una alta dosis de fuerza de voluntad, pero, sobre todo, de criterios de realidad. No se conseguirá un cuerpo fitness en poco tiempo si no se ha hecho ejercicio en años o si se lidia con enfermedades crónicas provenientes de malos hábitos. No se dominará un nuevo idioma en tres meses, ni tampoco, perdone que lo señale, se aprenderá a llevar mejores relaciones sociales si no se trabaja en la salud emocional.

No es mi intención puntear los defectos de las metas poco realistas de enero; sépase que es sólo una feliz coincidencia. Lo que me interesa al plantear estos ejemplos es demostrar que las transformaciones requieren algo más que el deseo inmediato de cambiar. Requieren trabajo, disciplina, superar adversidades y altibajos. Aunque esas son las metas más populares, y hay muchas más, es poco probable que nos estemos planteando seriamente objetivos de transformación y mejora de nuestras prácticas digitales.

Para la gran mayoría de nosotros, me incluyo felizmente, tener conciencia de cuánto afecta el mundo digital al analógico es complicado, sobre todo si no pertenecemos al grupo de edad menor o igual a los veinte años. Seguimos prefiriendo el cara a cara, por supuesto, y creemos que la existencia digital es únicamente un reflejo amable de nuestro ego. Con todo, la mayoría también formamos parte de él y hasta hemos desarrollado, sobre todo en las ciudades, un alto grado de dependencia de la vida digital.

Formamos parte de las redes sociales, adquirimos servicios y productos en línea, llevamos a cabo trámites digitales, gestionamos la economía familiar. Nos comunicamos por videollamadas, estudiamos en línea, hacemos home office, utilizamos el GPS para conducir, tenemos un refrigerador, lavadora o televisión inteligente, Alexa o Google nos prenden la radio y apagan la luz, jugamos en línea, contratamos servicios de streaming, publicamos nuestros viajes en Facebook o Instagram, peleamos en X (ex-Twitter) por las causas justas y nos regodeamos bailando con nuestros hijos adolescentes en sus publicaciones de TikTok. La vida digital está tan impresa en nuestra cotidianidad que ya ni la notamos.

¿Propósitos digitales? Acaso te refieres, querido Boris, ¿a publicar más reels o hacer más listas de reproducción en Spotify? No te detengo. Pero lo verdaderamente importante es que seamos capaces de reconocer los beneficios y peligros de las prácticas que llevamos a cabo y que rigen nuestro estar en el mundo digital. En primer lugar, gestionar la información almacenada en correos y en la nube, verificar si el espacio se usa adecuadamente, si hay contenidos que podamos desechar, si hay formas de comprimir o reorganizar nuestros espacios. Igual que hacemos cada enero con la casa, ordenar el domicilio digital y el contenido en dispositivos físicos es esencial.

Es imperativo tomar precauciones de ciberseguridad, no solo en términos de contraseñas y gestión de dispositivos y permisos, sino también del contenido que frecuentan los menores de edad, los adultos mayores y cualquier otra población de riesgo. Investigar los mecanismos de denuncia en caso de ser necesario, proteger la información con varios filtros en caso de robos o extravíos de equipos. Gestionar y planificar nuestro tiempo para aprender nuevas habilidades online, las hay muy variadas y muchas son gratuitas.

Tomar en serio las herramientas digitales es el verdadero propósito que planteo, aceptar con resignación y gracia que nuestra vida ha sido tocada de manera irreversible por las TIC’s.