En Morena nadie dice que hay fuego, pero todos huelen el humo. Claudia Sheinbaum mandó dos reformas clave en seguridad. Las impulsó su secretario de confianza, Omar García Harfuch, y tenían todo para avanzar rápido en el Congreso. Pero algo pasó. Y lo que parecía una formalidad se volvió un freno.
Esta semana, Ricardo Monreal anunció que las reformas en seguridad e inteligencia se aplazaban. La excusa fue la de siempre: “Buscar más consenso”. Pero todos saben que cuando Morena quiere, consigue votos, avanza reformas y aplasta opositores. Si algo se detiene, no es por falta de fuerza. Es por tensión interna.
Y en este caso, la tensión tiene nombre y apellidos: Omar García Harfuch.
DE POLICÍA A POLÍTICO
Harfuch no es cualquier funcionario. Es el rostro de la seguridad de Sheinbaum. Viene de la policía, no del partido. Su apellido tiene historia de raíces priistas. Su lealtad, hasta ahora, ha sido con la mandataria. Pero su presencia incomoda.
Porque no le debe favores a nadie fuera de ese círculo. No construyó su carrera con cabildeos, sino con operativos. Y eso, en la política de Morena, es casi un pecado.
Claudia lo metió a su gabinete como secretario de Seguridad. Lo empujó para jefe de Gobierno. Y cuando no pudo ser candidato sin el visto bueno de AMLO, lo mantuvo cerca, en el gabinete federal. Hoy es su escudo. Y quizás, su carta para el futuro.
Sin embargo, en el Congreso dos figuras mueven los hilos: Ricardo Monreal y Adán Augusto López. Los dos fueron corcholatas. Los dos perdieron ante Sheinbaum. Y los dos siguen jugando dentro de Morena con la vista puesta en el 2030.
El retraso de las leyes no es técnico. Es político. Porque quien empuja las reformas, gana fuerza. Y si Harfuch logra una reestructura del sistema de inteligencia, se convierte en algo más que un secretario: se convierte en un operador nacional.
Una red de inteligencia centralizada, con bases de datos biométricos y coordinación en los tres niveles de gobierno no solo es una política pública. Es una plataforma de poder, aunque eso sí, perjudicial para los ciudadanos.
Y ese poder incomoda. No solo a la oposición. Incomoda adentro. A los que ya se ven como sucesores. A los que no quieren otro jugador fuerte en la cancha. Y mucho menos, uno que no les debe nada.
CONSENSOS QUE BLOQUEAN
Las iniciativas buscan crear una base nacional de datos, ampliar facultades de inteligencia, ordenar recursos de seguridad y controlar la información a nivel federal. En papel, parecen necesarias. En la práctica, concentran poder.
Monreal dijo que varios legisladores querían “ajustar el dictamen”. Pero no dijo cuáles. No dijo qué artículos. No dijo por qué. Es el clásico “damos tiempo” para enfriar un tema incómodo.
Porque si se aprueban estas reformas con el sello de Harfuch, queda claro que hay un nuevo polo de poder. Y eso rompe el equilibrio entre los grupos internos. Por eso la pausa. Por eso los pretextos. Por eso las señales ambiguas.
Porque el problema no es la ley. El problema es quién la impulsa. Y lo que está pasando con Harfuch es una advertencia. En Morena, el poder está fragmentado. Sheinbaum no puede mover todo sola. Cada reforma será una batalla. Cada nombramiento, una disputa.
Y cada figura leal será vista como una amenaza.
Hoy se frenaron las leyes de seguridad. Mañana, tal vez, frenen al propio Harfuch. A veces, los rivales más duros están sentados en la misma banca.



