Sara Lovera
En las últimas semanas, mujeres “con poder” son tema noticioso, no por su ascenso o buenas prácticas, sino por asuntos que las revelan cómo rijosas, mentirosas, abusadoras o sujetas a la vorágine de la vida política, signada por ese halo de desencuentro, competencia entre los hombres ya encaminados en los procesos electorales.
El tema preocupa, porque parece plantear para el análisis feminista una disyuntiva que académicas y militantes plantean desde hace tiempo: ¿en el poder las mujeres se masculinizan? ¿Son buscadoras del poder tradicional? ¿Ellas sostienen al patriarcado? ¿Por qué se descalifican y se enfrentan?
Tras muchos textos noticiosos o de análisis, se introducen a la narrativa pública estas preguntas en medios, en los corillos donde convive la clase política y en las reuniones ejecutivas y gubernamentales.
Hablo de la figura pública de la gobernadora de Campeche, Layda Sansores; de la fundada sospecha del plagio de su tesis y de los textos, comentarios y discusiones en torno de la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Yazmín Esquivel Mossa, y de la escena lamentable de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum Pardo, y la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas Nieves.
En todos estos casos, los comentarios de mujeres y hombres son sexistas, con violencia simbólica, hablando de los “pleitos entre mujeres”, con agresividad comparable a la del machismo. Un análisis de María de los Ángeles Miranda Bustamante y María Fernanda Agudelo Vizcaíno señala que esto tiende a ocurrir como una muestra del predominio y valorización sociales de lo masculino.
Investigaciones sobre la competitividad femenina, como el de Tracy Vaillancourt en 2013, evidencian que las mujeres —en general— muestran una “agresión indirecta” hacia otras, la cual es una combinación de mecanismos de “autopromoción” en “menoscabo de rivales” que las lleva a ser malintencionadas con otras mujeres. Algo que se lee hoy en muchos comentarios y memes en las redes.
Sucede cuando las mujeres ocupan posiciones de nivel jerárquico, lo que algunas feministas denominan masculinización en los puestos de poder; es decir: las que llegan a cargos importantes actúan como hombres para mantener sus posiciones. Y es así, porque suelen estar inmersas en dinámicas de socialización que privilegian códigos masculinos.
Parece un dilema para quienes aplaudimos que por fin las mujeres están en puestos de decisión, ya que muchas parecen haber introyectado al patriarcado, sujetas a la norma de los hombres. Bastaría hacer un análisis de discurso de la gobernadora de Campeche o de la jefa del Gobierno de la Ciudad de México para constatarlo.
Un texto fundamental lo explica, y advierte, cómo estos sucesos dañan nuestros avances: Poder y Empoderamiento de las Mujeres, de Marcela Lagarde y de los Ríos, quien plantea que la paridad origina tremendos comentarios, dudas entre mujeres, repitiendo frases como que nacieron las “mujeres florero”, manipulables, sin voz propia, que ellas son innecesarias, que llegan quienes usan sus relaciones y no la que se esfuerza, que son masculinizadas en cuanto ocupan posiciones de poder, y un largo etcétera.
Esta situación obliga a una reflexión urgente y profunda. Hay que despejar la idea que confunde la presencia simbólica de algunas pocas mujeres en el poder y la igualdad.
Es dilema, porque muchas de ellas no son feministas y sostienen modos cotidianos y políticos del patriarcado; usan recursos políticos para ello y muchas otras no saben ni valoran la importancia que tuvo, en su propio ascenso y transformación, el esfuerzo centenario de la lucha por la participación de las mujeres en la vida pública.
Veremos…
*Periodista, directora del portal informativo, SemMéxico.mx
.