Alejandra Nurko Benbassat
Para muchos jóvenes, la política y los gobiernos democráticos han dejado de traer mejoras significativas a sus vidas. Este descontento no es apatía política, sino que es un cuestionamiento hacia los límites de las democracias para representar los intereses de sus ciudadanos. La falta de respuestas claras ante problemáticas urgentes, como la falta de oportunidades laborales, el difícil acceso a la vivienda y el aumento de la inseguridad, profundiza esta desilusión. Sin cambios tangibles, los jóvenes perciben que sus voces no son escuchadas, lo cual intensifica su desencanto hacia los procesos democráticos.
Esta decepción ha convertido a las nuevas generaciones en terreno fértil para discursos populistas (RSA Journal, 2018). La frustración de los jóvenes ante las promesas incumplidas los impulsa a buscar alternativas, reflejando una crisis de confianza en las instituciones democráticas. Este fenómeno no se limita a un solo país; se ha convertido en una tendencia global. De acuerdo con el Centro para el Futuro de la Democracia, la insatisfacción con la democracia ha crecido considerablemente desde 2005, cuando el 38.7% de los ciudadanos expresaba su descontento. Actualmente, esa cifra ha aumentado a un 57.5%, reflejando un incremento del 18.8% y evidenciando la desilusión cada vez mayor de las generaciones emergentes hacia el sistema.
El retroceso democrático en varias regiones del mundo contribuye a esta crisis, erosionando la credibilidad de los sistemas políticos y debilitando los vínculos de representación y confianza. Sin una renovación que vuelva a conectar a las instituciones con las aspiraciones de sus ciudadanos, el sistema democrático difícilmente logrará sostener su valor central: la paz. Como menciona García-González (2023), la paz es esencial para la democracia, permitiendo la pluralidad, el diálogo y el disenso en un marco de respeto. Sin embargo, un sistema que pierde la confianza de quienes debería representar no puede sostener estos principios.
Hoy, el desafío es claro: es fundamental renovar las democracias para recuperar la confianza de sus ciudadanos, especialmente de los jóvenes. Necesitamos sistemas que comprendan y respondan a las realidades de una generación que exige no solo representación, sino también estabilidad y paz. La democracia, invaluable en su esencia, debe evolucionar para reflejar la voz de quienes, desde la desilusión, todavía desean creer en ella. Porque sin la confianza de las nuevas generaciones, la democracia corre el riesgo de convertirse en un reflejo vacío de lo que alguna vez representó.