Rocas y memoria: narrativas que habitan el espacio público

Aunque con frecuencia nos acostumbramos al paisaje cotidiano, con sus fachadas, murales, mosaicos y estatuas, cada uno de los símbolos que nos rodean tiene una historia, una razón de ser.



Aunque con frecuencia nos acostumbramos al paisaje cotidiano, con sus fachadas, murales, mosaicos y estatuas, cada uno de los símbolos que nos rodean tiene una historia, una razón de ser. Esta semana se volvió viral el caso del llamado en redes sociales al derribo de la estatua de Poseidón en Yucatán, instalada en mayo pasado, ante la llegada de Beryl a las costas del Caribe. Se ha acusado también a la estatua, en tono de broma, pero con un poco de seriedad, de la tormenta tropical Alberto y los habitantes que argumentan que la instalación podría haber molestado al dios maya de la lluvia, Chaac.

Si bien el evento ha desatado una oleada de memes y burlas contra el pensamiento mágico y el absurdo de culpar a una estatua por las desgracias del mundo, lo cierto es que se trata de una polémica curiosa. Y es que este llamado en tono de broma ha sido tomado en serio por algunos medios, incluso hay presentadores de televisión indignados por la propuesta y una cantidad ridícula de comentarios en redes sociales expuesta por ofendidos que no pueden creer que algo así se le haya ocurrido a cualquier persona en pleno siglo XXI y en medio de la inminencia del impacto del cambio climático global.

A pesar de todo, la broma no deja de mostrar el arraigo de la cultura maya en la península, una cultura milenaria que ha sobrevivido en sus habitantes a través del sincretismo y las tradiciones de los grupos indígenas que hoy habitan ahí, y que forma parte del saber popular en donde los dioses se mezclan con los santos y con la ciencia, en una amalgama que podría resultar un poco extraña para el observador externo, pero que no dista de lo ocurrido en otras zonas del país donde los grupos indígenas existen y resisten.

No es que en redes sociales se tome en serio la ira de Chaac, al menos no lo es para la mayoría de las personas. Sin embargo, sí que hay una crítica importante al desarraigo de las tradiciones y símbolos propios. Una estatua puesta para atraer al turismo, sin ninguna clase de relación con la cultura maya y sin tomar en cuenta a sus habitantes, ha sido molesta para más de uno. El señalamiento aprovecha el momento actual, es decir, la llegada del huracán Beryl, para mostrar cuán indiferente ha sido la decisión de las autoridades al erigir una estatua desprovista de significado.

Los habitantes manifiestan mediante la broma su descontento con respecto a las decisiones de gobierno que además de no considerar, como hemos dicho, la cultura del lugar, invirtió dinero del erario público sin haberse anunciado debidamente, además de recurrir a una estrategia cuestionable para la atracción del turismo. Este hecho no es un caso aislado, en todo el país a lo largo de las décadas han aparecido kioscos, estelas de luz, estatuas que no se parecen a Juárez, coyotes y guerreros que cuestan más que una carretera, y otros proyectos que a veces solo son malas ideas y otras más reflejan la corrupción y malas prácticas que caracterizan a los gobiernos en todas las escalas de poder.

Los símbolos del espacio público, lejos del tono de broma, representan narrativas importantes para sus habitantes y cumplen una labor de memoria e identidad. No deben ser tomados a la ligera ni por quienes los erigen ni por los que los vuelven cotidianos. Repasemos un poco de historia. En 1956 fue derribada en Budapest la estatua de Stalin, acción de rechazo al dominio soviético y la imposición del comunismo. En 2003 cayó la de Sadam Husein en Bagdad a manos de ciudadanos iraquíes y el ejército de Estados Unidos como símbolo de la caída del régimen.

En 2004 activistas indígenas y otros grupos en protesta derribaron la estatua de Cristóbal Colón en Venezuela, crítica a la herencia colonial y el maltrato a los pueblos originarios. Otro derribo famoso ocurrió en Kiev, Ucrania, en 2013, se trata de la estatua de Lenin tirada en las protestas de Euromaidán como rechazo al pasado comunista. En 2020 en el contexto del movimiento Black Lives Matter, fue derribada en Bristol la estatua de Edward Colston por la participación que tuvo en la trata de esclavos africanos; un año después fue retirada la de Robert E. Lee en Estados Unidos por su asociación con la Confederación y la esclavitud, ajenas a la justicia racial.

Ejemplos como estos sobran en todo el mundo. El espacio público está plagado de símbolos donde se transmite el poder, la cultura, la visión del mundo y del tiempo, además de toda clase de significados adyacentes que se arraigan en las colectividades. Poner atención en la relación que guardan con las comunidades con sus símbolos es fundamental para entenderlas junto con sus necesidades. Los símbolos contenidos en el espacio público deben ser reflejo de aquello que las hace posibles, no al revés, es urgente democratizar la toma de decisiones para garantizar la participación en los cambios que afectan a todas las personas.