Telarañas digitales: Más allá de la pantalla: simbolismos y narrativas digitales

3, septiembre 2023

BORIS BERENZON GORN

Las redes sociales y, en general, el universo digital, contribuyen a la creación de narrativas simbólicas que reconstruyen nuestra relación con el entorno, dotándolo de significados nuevos y reforzando aquellos que han sido superados de una u otra forma. El mundo digital retoma los símbolos como variantes interpretativas donde otros aspectos usuales, como la economía, la comunicación, la política o la educación, se convierten en elementos subyacentes a los discursos principales y son asimilados por los usuarios.

Resulta particularmente cierto en la reconstrucción de las nuevas maneras de relacionarse en internet, de vivir el amor, la amistad, la sexualidad o incluso las relaciones familiares. Los mensajes digitales comprenden nuevas narrativas que favorecen el uso de la imagen, el video y, por supuesto, de la oralidad, la reconfiguración del habla como factor comunicativo en sí mismo, que además puede ser modificado de modos como nunca lo habíamos visto. En TikTok, por ejemplo, son famosos los filtros de voz que permiten crear mensajes sin usar la propia voz, volviendo artificial la entonación y convirtiéndose en artefactos que fungen como canales estándar para transmitir mensajes.

Si el uso de los stickers y gifs pareció en su momento una revolución que permitía complejizar la comunicación más que los emojis, la proliferación de audios y videos ha dado una vuelta de tuerca adicional en la reconstrucción simbólica del entorno desde los medios digitales. La línea de lo real ha abandonado la necesidad de lo presencial, la preocupación obsesiva por el objeto y la necesidad de comprobaciones empíricas de hechos factuales; a la usanza de las antiguas corrientes positivistas modélicas. Lo que prevalece en la red, en cambio, es la comparativa constante de narrativas que adquieren su valor en referencia al enunciador y el canal por el que se transmiten.

Por eso, la nueva realidad digital está basada en símbolos, en historias, en ficciones. No importa tanto el origen que tengan, siempre y cuando adquieran autoridad dentro del enorme mar de información en el que nadan. Como puede inferirse, este posmoderno sistema de autoridades que a quienes nos dedicamos a la historia nos recuerda el pasado medieval, conlleva sus mismos peligros: que la autoridad de enunciación la proporcione el número de seguidores y no la calidad del contenido; que los enunciadores expertos sean relegados por falta de popularidad; y que el contenido no tenga relación directa con el mundo y, en cambio, pretenda adaptarlo a sí mismo.

El nuevo simbolismo del mundo digital lo atraviesa todo: lo material, lo narrativo, lo ideal y lo ético, las creencias de las religiones tradicionales y las new age, los modelos simbólicos de la ley y el derecho, del arte y sus manifestaciones como la música, el teatro, el cine, ¿Netflix? Estamos encaminados a llevar a las pantallas una nueva interpretación del mundo donde la antigua realidad se pone a prueba, como diría Ortega y Gasset, surgen nuevas ideas que, desafortunadamente, se convierten rápidamente en creencias.

La enorme cantidad de información con la que lidiamos en nuestro tiempo no es suficiente para replantear las narrativas hegemónicas impuestas por internet, aunadas al nuevo “progresismo” que tiene reglas muy definidas, pero que sigue correspondiendo a una realidad de privilegio occidental que difícilmente contempla otras posibilidades. Hoy en día en la red todos somos feministas, pro LGBTIQ+, animalistas, veganos, promovemos la crianza positiva, estamos contra el cambio climático y el fast fashion, fomentamos la inclusión de los grupos minoritarios y nos reconocemos a favor de la diversidad. El problema es que las nuevas identidades de la red la mayoría de las veces no se corresponden con la realidad de las personas que están al otro lado del smartphone o el ordenador, y enriquecen un renovado tipo de hipocresía posmoderna al crear ficciones para ganar corazones y pulgares arriba.