En la actualidad, vivimos en un momento en el que la verdad parece ser cada vez más fluida y moldeable. Esta transformación de la realidad objetiva ha sido alimentada por una confluencia de factores, entre los cuales destacan las redes sociales y figuras políticas influyentes como Donald Trump.
En especial, la popularización de lo que se ha denominado “hechos alternativos” ha redefinido la percepción pública de la verdad y ha creado un terreno fértil para choques políticos de fondo y la erosión de las instituciones democráticas en Estados Unidos y el mundo. Trump y las redes sociales han transformado la manera en que entendemos la verdad, lo que implica para la democracia y las sociedades modernas, y las consecuencias de esta peligrosa narrativa.
La expresión “hechos alternativos” se hizo famosa durante la administración de Donald Trump, cuando su portavoz, Kellyanne Conway, la usó para defender una afirmación sobre la multitud en la toma de posesión de Trump en 2017. La frase, desde entonces, se ha convertido en un símbolo de la retórica del futuro presidente del los EE.UU. que niega la evidencia objetiva en favor de una visión ideológica que busca reescribir los eventos a conveniencia. Esta noción de “hechos alternativos” ha sido utilizada por Trump y sus seguidores para desafiar la realidad verificable, sustituyendo datos comprobados con narrativas que apelan a la emocionalidad y la identidad de los grupos políticos y sociales.
Este fenómeno no solo ha trivializado la verdad, sino que ha creado una división aún mayor entre las distintas facciones de la sociedad, donde la creencia se ha vuelto más importante que los hechos en sí.
Trump, al recurrir constantemente a “hechos alternativos”, se ha presentado como un líder que desafía la élite intelectual y mediática. Su discurso ha apelado a la desconfianza en las instituciones establecidas y en los medios tradicionales, fomentando la idea de que la verdad es relativa y, a menudo, manipulada por los que ostentan el poder. Este enfoque ha resquebrajado la noción tradicional de la verdad objetiva y ha dado paso a un mundo donde la verdad parece depender más de la ideología y la narrativa política que de la evidencia empírica.
En lugar de ser foros para el intercambio abierto y riguroso de ideas, las redes sociales a menudo se han convertido en cámaras de eco donde las personas se rodean de aquellos que comparten sus creencias y opiniones, reforzando su visión del mundo y aislándose de las evidencias que contradicen sus puntos de vista.
El uso de las redes sociales por parte de Trump durante su campaña electoral y su presidencia fue clave para el éxito de su mensaje. A través de estas plataformas, pudo comunicarse directamente con millones de personas sin el filtro de los medios tradicionales. Al mismo tiempo, las redes sociales le permitieron difundir “hechos alternativos” a una audiencia global, aprovechando su capacidad para generar contenido viral. Los algoritmos de estas plataformas, diseñados para maximizar el engagement, favorecieron el contenido emocionalmente cargado, a menudo sensacionalista y exacerbada lo que amplificó la propagación de desinformación.
La rapidez con la que se diseminan las mentiras en las redes sociales, junto con la falta de un control riguroso sobre el contenido, hace que sea extremadamente difícil para los ciudadanos distinguir entre la información veraz y las falacias. Esto ha generado una crisis de confianza en los medios y en las instituciones democráticas, ya que las personas comienzan a desconfiar de todo aquello que proviene de fuentes establecidas.
La adopción masiva de “hechos alternativos” y la desinformación propagada por las redes sociales tienen consecuencias directas sobre la democracia. En una sociedad democrática, la toma de decisiones debe basarse en hechos verificables y en un debate informado. Sin embargo, cuando la verdad se vuelve maleable, se hace imposible llegar a consensos sobre los problemas fundamentales que enfrentan las naciones. La desinformación polariza aún más a la sociedad, creando grupos que, aunque puedan vivir en la misma nación, operan bajo realidades completamente diferentes.
En el caso de Estados Unidos, el auge de la retórica de Trump y su utilización de “hechos alternativos” ha alimentado una profunda división política, que no solo se refleja en las urnas, sino también en la vida cotidiana de los ciudadanos. La confianza en las elecciones, en el sistema judicial y en las instituciones gubernamentales se ha visto erosionada. El asalto al Capitolio de enero de 2021 es un claro ejemplo de cómo la negación de la verdad y la aceptación de mentiras puede desembocar en la violencia y el caos.
A nivel global, esta narrativa de “hechos alternativos” también tiene un impacto destructivo.
En muchos países, los líderes populistas han imitado el enfoque de Trump, utilizando las redes sociales para promover versiones distorsionadas de la realidad y socavar la confianza en las instituciones democráticas. La consecuencia es una creciente tendencia hacia el autoritarismo, donde los hechos son manipulados y la disidencia es silenciada.
Analista de temas digitales




