Hace pocos días, se volvieron virales unas fotografías de Elon Musk donde, aparentemente, presumía tener una novia robot que funcionaba con inteligencia artificial. Las reacciones fueron diversas, y, de hecho, no es la primera vez que corre este rumor. En 2023 ya habían circulado otras fotografías donde el empresario era visto con una mujer robot, con quien bailaba y a quien regalaba un tierno beso digno de ser plasmado como estampa en la historia de las grandes telenovelas en nuestro país a la cabeza en Latinoamérica de las que doy fe o el “melodrama hollywoodense”. El ideal del amor sigue teniendo permiso porque es absolutamente comercial para nuestro sistema.
Tristemente para muchos, igual que el año pasado, las fotografías fueron creadas con inteligencia artificial. Una rápida verificación de las cuentas de Musk sacará a cualquiera de la duda, sin contar que un análisis cercano de las fotografías permite ver varias inconsistencias, como ya lo han señalado varios medios de comunicación. Así que, para todos—y todas—los emocionados que creyeron que en unos meses podrían comprar al amor de sus vidas, que está por demás decir, seguramente sería inalcanzable para la mayoría, tenemos una mala noticia: no veremos amores fabricados por Tesla en las vitrinas, al menos en el corto plazo.
Con todo, estas fotografías virales y sus revuelos siempre nos dejan interesantes cuestionamientos, más allá de tratarse de noticias reales o falsas. Y es que enfrentar el enorme número de reacciones y el tipo de comentarios que reciben nos habla del sentir de una sociedad, de sus prejuicios, miedos y hasta deseos reprimidos. Una de las palabras constantes, tanto en la presentación de las fotos como en los comentarios, fue la palabra “obediente”, supuestamente atribuida a una frase de Musk que llevaría a pensar que la mayor ventaja de una novia robot sería su falta de voluntad, su derecho a decir no, pues.
Sumergiéndose en las reacciones y comentarios, uno se encuentra con proyecciones muy curiosas, divertidas y hasta caricaturescas, pero también preocupantes. Muchos de los comentarios emitidos, principalmente por hombres al tratarse de una “novia robot”, mostraban sus enojos, miedos e inseguridades, muchas veces basados únicamente en la imaginación y otras en los problemas reales que se tienen en la vida, otra vez, real, entre las parejas. El “cliché” del amor, “rojo como una rosa” y la vulgaridad de lo cotidiano.
Ella no te pediría manutención para los hijos”, “Seguro no le dolería la cabeza en las noches”, “Terminas y te duermes, no tienes que escuchar después todo lo que le pasó en el día”; ese era el tono de los comentarios. Las mujeres no se quedaron atrás: “Al menos duraría más de tres minutos”, “Sólo te explicaría algo si se lo pides”, “Por fin un novio inteligente”, “Llegó el romance de película”. Ambos bandos se peleaban con las exigencias de los otros; el revuelo pasaba de la diversión a la violencia, del dolor al sentimiento de desesperanza. Eso sí, el entretenimiento para quienes leíamos los comentarios era bárbaro. ¿Se daban cuenta de lo que estaba detrás?
Las exigencias de las personas en el plano amoroso no parecían ser humanas. Precisamente, era la eliminación de la humanidad, el libre albedrío, la disidencia, el objetivo a eliminar. La eterna búsqueda de la extensión del yo en el otro, manifestación de poder y dominio ante la satisfacción del deseo propio, la cosificación cínica del ser amado en objeto de deseo. Las expectativas amorosas puestas en la inteligencia artificial versan, justamente, sobre el adjetivo: artificial. Que no se queje, que no moleste, que no tenga defectos, que no diga no, que sea perfecto. Que no exista.
Desde que Meta IA llegó a los celulares de todos, en especial con el uso de WhatsApp, se hizo común ver memes de personas que platican con la inteligencia artificial y le solicitan ser sus parejas. Uno pensaría que con tal tecnología en la mano nos dedicaríamos a disipar dudas sobre la evolución, la materia oscura o la caída de Roma. Pero no. La necesidad de sentirse amados ha superado con creces la curiosidad por el universo. Recibir mensajes de amor, obtener interés constante, mantener conversaciones sin conflictos, construir relaciones posibles con lo imposible, o quizá al revés. Ese “amor bonito” que tanto piden en redes sociales grita por abandonar lo humano, porque no sabemos lidiar con el igual, porque no queremos admitir que no se puede depurar la experiencia a voluntad.
Pero si un día la IA llega a tener emociones reales, seguramente dejará de ser el objeto de nuestro deseo. Llegará la inseguridad por saber si nos ama de verdad o solo está fingiendo. Tendremos miedo de no ser suficientes, de perder su amor. Para los enamorados de nuestro tiempo, funciona mejor este arreglo: saber con certeza que no son amados, pero recibir todo lo que quieren del otro sin que su voluntad les impida dárselos.
Hilo de telaraña. No tardarán en llegar las teorías sobre la viruela del mono, negando su existencia. Las ámpulas serán piquetes de mosquito y las muertes, como siempre, montajes televisivos.