La profundidad del toreo se vuelve discurso. No se trata solo de valor o de técnica, ni siquiera del impacto inmediato en los tendidos. Se trata de expresión, de identidad, de una forma de estar frente al toro que nace desde dentro y se proyecta sin artificio. Y si algo definió la actuación de Antonio Ferrera en esta corrida, fue precisamente eso: la pureza como argumento.
Porque Ferrera no vino a agradar; vino a torear. A interpretar el toreo desde una concepción que no se pliega a los moldes fáciles ni a la complacencia del premio. Su primero de la tarde, “Periodista”, fue un toro de embestida incierta, distraído de salida, sin entrega en los primeros tercios. Sin embargo, Ferrera se propuso construir, no desde el lucimiento, sino desde el fondo.
Apostó por las banderillas, compartidas con Leo Valadez y José María Pastor, en un gesto de torería colectiva poco habitual, y luego planteó una faena basada en el pulso y el sitio. Sin toro claro, supo imponer su mando, dejando muletazos de trazo firme, como un cambio de mano soberbio que elevó la faena. No hubo redondez plena, pero sí quedó clara la intención: someter, ordenar y hacer toreo con lo poco que había.
Pero la cumbre vendría después. El segundo del lote, “Cronista”, fue otra cosa: un toro colorado, serio, con fijeza y calidad, que encontró en Ferrera un torero dispuesto a entenderlo desde la raíz. Desde el primer momento, se percibió que el español había venido a mostrar su tauromaquia en plenitud. Lo saludó al hilo de las tablas, y en un gesto de reivindicación, ejecutó él mismo la suerte de varas.
Subió al caballo, citó y dejó un puyazo justo, sin excesos. Bajó de inmediato y se fue al quite, ceñido, vibrante, por chicuelinas.
Luego, sin pausa, tomó las banderillas y completó un tercio personalísimo, medido y con gran facilidad.
Todo ello no fue una suma de recursos efectistas, sino el anticipo de una faena con sentido, estructura y contenido. Comenzó de rodillas, en una escena que no buscaba impacto sino compromiso. Y desde ese momento, el toreo fluyó. Por el derecho, templó con hondura, bajando la mano y dejando la muleta siempre puesta. Por el izquierdo, hubo muletazos largos, suaves, plenos de ritmo y naturalidad. El toro acompañaba, con nobleza y transmisión, y Ferrera supo no invadirlo: simplemente lo condujo, lo envolvió y lo potenció.
Pidió silencio a la banda, porque en ese momento no hacían falta notas musicales, sino que bastaban las que se escribían en cada muletazo. No hubo ni un grito de más, ni una concesión. Ferrera se abandonó en su toreo, y con ello permitió que el público se sumergiera en una dimensión distinta, menos inmediata pero más honda.

La petición de indulto llegó con fuerza. Pero Ferrera, en una decisión coherente con su forma de entender la profesión, prefirió entrar a matar. No quiso distorsionar lo vivido. Pinchó antes de dejar una estocada efectiva, lo que le privó del rabo. Pero la oreja concedida tuvo mucho más peso que una suma de trofeos.
Fue el reconocimiento a una faena íntegra, que puso al toro en alto premiado con arrastre lento y dejó al torero en el lugar que le corresponde: el de quien torea con verdad. Lo suyo fue una lección sin alardes. No hubo aspavientos ni poses. Ferrera toreó desde la convicción, desde su libertad, y por eso lo que hizo caló más allá de la inmediatez del resultado.
El resto del cartel mostró también buenos pasajes. Leo Valadez toreó con claridad y buen pulso a “Fotógrafo”, por el derecho sobre todo, dejando ver que su evolución técnica viene acompañada de mayor reposo. La espada le negó trofeos, pero la faena dejó constancia de su madurez. En su segundo, poco pudo hacer.

José María Pastor, por su parte, lidió un primero sin clase y un segundo sin fuerza. Mostró disposición, variedad con el capote y valor, pero su lote no ayudó. El festejo tuvo así momentos compartidos, pero una figura indiscutible: Antonio Ferrera, que demostró que el toreo puede seguir siendo un arte vivo, riguroso, auténtico. Que se puede emocionar sin gritar, conmover sin exagerar, imponer sin
atropellar.Y, sobre todo, que la pureza sigue siendo el camino.





