Es septiembre y las calles ya están repletas de las mercancías chinas en verde, blanco y rojo, banderas confeccionadas en latitudes extrañas y con tonos que no siempre se acercan a los oficiales. Así también están las redes sociales. Ruidos de matracas y trompetas, silbatos y caras pintadas con franjas tricolor. Vestidos “mexicanos” que pocas veces salieron de las manos de artesanos, guayaberas llegadas en barco, del otro lado del Atlántico, bordados emulando a los mayas y a los tenangos que huelen a Asia. Así vivimos las fiestas de nuestra desbordante identidad.
Nuestro México en fiesta, rico en tradiciones, claroscuros y fervor patriótico, encuentra una nueva dimensión en el mundo digital. ¿A través de las redes sociales y las plataformas de transmisión en vivo, se amplifican las festividades más allá de las fronteras físicas, permitiendo a los mexicanos en el extranjero ya los amantes de la cultura mexicana en todo el mundo participar en tiempo real? ¿Imágenes, vídeos y mensajes de alegría se comparten globalmente, creando una ola de celebración digital que refleja las identidades de nuestro país?
El ser del mexicano ha sido objeto de profunda reflexión y debate durante décadas. Intelectuales como Samuel Ramos, Jorge Portilla, Emilio Uranga, Leopoldo Zea y Octavio Paz se han empeñado en descifrar la esencia de la identidad mexicana y en construir una filosofía que la articule. ¿Somos la “raza cósmica” de José Vasconcelos, una amalgama infinita de colores y culturas, con pieles indígenas tostadas que se fusionan con las pálidas europeas para dar lugar a una nueva y singular entidad? ¿O somos más bien los traumatizados, los “hijos de la chingada” de Paz, que lloran la ignominia infligida por la historia y cuya identidad se construye sobre el dolor y la ironía frente a la muerte? Luis Villoro, por su parte, sugiere que la filosofía debe ser universal o no es filosofía en absoluto, aboliendo los esencialismos y permitiéndonos concebir nuestra realidad a través de dinámicas cambiantes y complejas que desafían las nociones arquetípicas y reduccionistas que nos constriñen.
Transitamos de una visión bucólica y romántica de nuestra nación, construida a través de la folclorización, hacia una imagen más agreste y multifacética, sin detenernos en la realidad imperfecta que nos constituye. Nuestras realidades son las existencias profundas, cotidianas, pluriétnicas y metalingüísticas, marcadas por un proceso constante de construcción y de represamiento que revela nuestra condición inacabada y en perpetuo cambio.
Las huellas ausentes de los desaparecidos, las víctimas del crimen organizado, las mujeres asesinadas en Juárez, los feminicidios y los estudiantes de Ayotzinapa configuran una narrativa de dolor y ausencia que se entrelaza con la memoria colectiva de México. Viajamos por un país marcado por estas pérdidas, o tal vez somos simplemente la memoria misma de estas tragedias. En la perspectiva de Gasset y Edmundo O’Gorman, la historia es una construcción imaginaria, un relato construido a partir de fragmentos de dolor y resistencia que desafían el olvido. Cada ausencia deja una marca indeleble en el tejido de nuestra identidad, una identidad que no se limita a los relatos oficiales ni a las versiones dominantes de la historia.
El México profundo, descrito por Guillermo Bonfil, resuena más allá de la simple representación folklórica o de los discursos hegemónicos. En la vastedad de nuestro ser, ese México se manifiesta en una vibrante sinfonía de flores, colores, sabores y olores: tamales, atole, tacos, quesadillas, mole, pozole, tortilla. Cada rincón, cada plato, lleva consigo una narrativa de resistencia y esperanza. En estos elementos cotidianos y culturales, encontramos una evocación constante de un país que se reinventa y se fortalece a través de su rica diversidad, desafiando tanto el estigma del folklore superficial como las visiones unilaterales de su realidad.
Campos de maíz y una raza de bronce, entrelazados con la historia de la lucha y la guerra en México, marcan una narrativa de sangre y sacrificio: la Independencia, la Reforma, las invasiones y la Revolución que arrasaron con vidas y transformaron el país, sustentada por el trabajo arduo de las mujeres en los campos y en la batalla. Este pasado turbulento contrasta con la celebración festiva del presente, donde en TikTok resuena México en la piel con flores, colores y los sabores de tamales, tacos y mole. En medio de esta vibrante fiesta, la vida se celebra con una mezcla de alegría y nostalgia, en la que el mariachi, la banda, el tequila y el mezcal se convierten en símbolos de resistencia y regocijo,
Tamales, atole, tacos, quesadillas, mole, pozole, tortilla. Fiesta. Por que eso sí, ¿qué más mexicano que reír para no llorar, que emborracharse hasta que las penas se olviden? ¿Cuánto de lo anterior es cierto? ¡Tómate esta botella conmigo, y en el último trago nos vamos! Porque a veces no vale nada la vida, la vida no vale nada. ¡Y eso qué! Si llegan el mariachi, la banda, el tequila y el mezcal. México violento, México pobre, México corrupto, México machista. Pero no siempre. Pero no todos. Porque a pesar de cargar piedras somos más los que, a veces sin razón, tenemos esperanza.
Aunque la bandera sea hecha en china, no nos importa. Porque manifiesta el corazón de la identidad, esa, la inquebrantable, la que no sabemos que es. Y sin embargo es. Somos mexicanas, mexicanos, siempre y, ante todo. Podemos “rompernos la madre” entre nosotros, pero no se lo permitiremos nunca a un extranjero. Lo vamos a hacer viral, lo vamos a sacar del país por las buenas o por las malas. Lo vamos a funar. Porque cuando las casas se derrumban, las aguas suben, el hambre apremia, siempre somos hermanas, hermanos. Hermanos en las canchas de futbol, en las olimpiadas y más en los paralímpicos. Hermanos gritando ¡Vivas!, sin importar el color. Somos mexicanos, aunque no tengamos ni la menor idea de lo que eso significa.
Trends en redes sociales con la voz de Luis Miguel, de Juan Gabriel, de Chavelita Vargas, de José José, de Lola Beltrán, Pedro Infante, Jorge Negrete, Tin Tan. Vestidos holgados decorados con listones, abanicos veracruzanos, flores en la cabeza. Botas vaqueras, huaraches, sombreros. Un conglomerado de realidades diversas, dispares y hasta opuestas, pero cada una irrenunciable. Eso es nuestra identidad. Cultura y tradición compleja e irrepetible, ¿multiculturalidad? No, transculturalidad. Riqueza y resistencia. Campanas y gritos, orgullo y cohesión. Y que se sepa, y que retiemble, si muero lejos de ti, que digan que estoy dormido y que me traigan aquí. Estimadas y estimados lectores que tengan ustedes unas dichosas fiestas patrias.
Hilo de telaraña. El trabajo de las y los artesanos mexicanos simboliza cosmovisión y cultura, es producto de saberes ancestrales, lucha y resistencia. Los bordados emulan al cielo y a la tierra, las manos que tejen para llevar a sus familias el sustento se toman meses en una sola pieza. En estas fiestas patrias no compres artesanías chinas, adquiere lo nacional, di no a la apropiación cultural. Defendamos nuestras identidades.
Estimadas y estimados lectores que tengan ustedes unas dichosas fiestas patrias.