El gobierno de Estados Unidos suspendió a inicios de marzo sus operaciones cibernéticas ofensivas contra Rusia. La decisión, impulsada por la administración Trump, ha generado inquietud en los sectores de seguridad nacional. Rusia, con su historial de ataques digitales contra infraestructuras críticas y procesos electorales, sigue siendo una de las principales amenazas cibernéticas para EEUU.
Justo en este contexto, X, la red social de Elon Musk, ayer sufrió un colapso masivo, que el propio Musk atribuyó a un “ciberataque de gran escala” con direcciones IP provenientes supuestamente de Ucrania. La coincidencia entre estos eventos plantea preguntas cruciales: ¿es esta la primera prueba de la vulnerabilidad estadounidense ante el repliegue cibernético? ¿O es un síntoma de la errática gestión de Musk ahora incrustado en el gobierno?
Este lunes, más de 40 mil usuarios en EEUU y miles en el Reino Unido reportaron que X dejó de funcionar. Pero días antes la suspensión de las operaciones cibernéticas ofensivas contra Rusia dejó a EEUU sin su principal línea de defensa digital. Si Rusia u otro actor malintencionado estuviera detrás del ataque a X, ¿quién está protegiendo ahora la infraestructura digital del país?
Durante años, el Comando Cibernético de EEUU ha sido clave para repeler amenazas digitales y frenar ataques de desinformación. Ahora, con la pausa en sus operaciones ofensivas, el país está expuesto a riesgos sin precedentes. Si el colapso de X refleja esa debilidad, ¿qué otras redes y servicios esenciales podrían ser los siguientes en caer? La infraestructura digital no solo está en riesgo por ataques externos, sino también por decisiones internas que han debilitado su capacidad de respuesta.
Desde que tomó el mando del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), Musk ha impuesto una lógica empresarial basada en despidos masivos y eliminación de regulaciones. En su visión, eficiencia equivale a reducción de costos y menor burocracia. Pero en la administración pública no necesariamente funciona así. Su decisión de recortar personal clave en ciberseguridad ha debilitado la capacidad del gobierno para enfrentar ataques.
La respuesta de Musk al colapso de X siguió un patrón familiar: en lugar de proporcionar información concreta, lanzó acusaciones incendiarias. Primero señaló un “ataque masivo” y luego sugirió una conexión con Ucrania, sin ofrecer pruebas. Esta reacción recuerda otros episodios en los que, ante críticas o problemas, Musk ha recurrido a teorías sin fundamento.
Desde acusar a un rescatista británico de ser pedófilo hasta afirmar que los demócratas promovieron un “genocidio por violación”, su historial de declaraciones impulsivas lo convierte en un actor impredecible dentro del gobierno.
La coincidencia entre la caída de X y la suspensión de las operaciones cibernéticas contra Rusia no puede ser ignorada. Si EEUU ha decidido retroceder en la guerra digital contra Rusia, esto podría haber incentivado ataques en represalia. Por otro lado, el colapso de X también podría mostrar lo frágil que se ha vuelto la infraestructura tecnológica del país bajo la dirección de Musk. La pregunta clave no es solo quién atacó a X, sino qué más está en riesgo ahora que Musk maneja la transformación digital del aparato estatal como si fuera otra de sus empresas en crisis.
Con X fuera de servicio por horas, la falta de preparación quedó en evidencia. Si esto fuera un ensayo para un ataque mayor contra la infraestructura digital de EEUU, el país ya ha demostrado que no está listo para enfrentarlo. Mientras Musk sigue concentrado en imponer su visión de eficiencia, la vulnerabilidad del gobierno estadounidense ante amenazas cibernéticas es más evidente que nunca.