MADRID.- Hay tardes que tienen otro peso. Se palpan en el ambiente, se miden en los silencios, en los murmullos antes de un muletazo. Y es que, aunque nadie lo diga, a ciertos toreros Madrid los espera. A algunos, incluso, los perdona. Porque les conoce la hondura, porque recuerda lo que han sido capaces de hacer. A Sebastián Castella se le espera.
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El primero de la tarde, “Chuflón”, de 545 kilos, fue de esos toros que no ayudan ni al más dispuesto. Un ejemplar sin raza, sin transmisión, que solo permitió un saludo capotero digno. Faena sin fondo, sin emoción, sin historia. Y, sin embargo, ni un gesto de impaciencia. Castella se fue entre silencios, pero con el beneficio de la duda intacto.
Fue con el cuarto —“Bandolero”, de Zacarías Moreno, que salió como sobrero— cuando la corrida cambió de tono. Castella brindó a la afición, y ese solo gesto bastó para tensar el ambiente. No fue un gesto cualquiera, fue una declaración sutil. Un “aquí estoy”, sin palabras. Y entonces empezó todo.
El toro no fue fácil. Muy encastado, exigente, de los que no permiten ni una duda. A ese tipo de animal hay que poderle desde el principio, y Castella, con la faena planteada desde la verdad, encontró la clave. Arrancó por cambiados por la espalda, de forma vibrante, provocando de inmediato esa respuesta que pocas veces se escucha tan pronto en Madrid. No era solo emoción, era algo más profundo: la sensación colectiva de estar ante una faena que podía marcar la diferencia.
Fue una actuación que exigía precisión. Castella supo cogerle el ritmo, llevárselo por el lado bueno, y cuando parecía que podía ir a más, soltó un cambiado de mano eterno, de esos que cortan el aire en la plaza. El público estalló. Fue ese tipo de muletazo que no necesita adjetivos, que se queda flotando en la retina. A partir de ahí, cada tanda llevaba la firma de un torero que sabe lo que quiere decir y cómo decirlo. Fue una faena larga, estructurada al uso, pero tuvo momentos de altísima vibración.
Mató de manera certera y el público respondió con una petición mayoritaria que el palco no quiso conceder. Pero más allá de la oreja —que en realidad era lo de menos—, quedó una sensación poderosa: Madrid quiere ver a Castella. Le exige, sí, pero también le espera. Esa es la verdadera clave.
El resto de la corrida navegó por otras aguas.
Perera lidió a “Rector”, segundo de la tarde, un toro suelto, distraído, sin atención en los primeros tercios. Comenzó perdiendo las manos, lo que condicionó todo. El extremeño tiró de paciencia y técnica, especialmente por el pitón derecho, donde logró ligar dos series de mérito. El toro pareció romper algo por ese lado, pero la faena no alcanzó la rotundidad deseada. Fue limpia, aseada, pero marcada por la poca fuerza del astado, que por arriba derrotaba y por abajo doblaba las manos. El toreo a media altura, necesario en ese contexto, terminó por deslucir el conjunto.
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Con el quinto, Perera buscó nuevamente el centro del ruedo y el gobierno. Lo recibió genuflexo y luego lo llevó fuera del tercio. Quiso construir sobre el pitón derecho, pero el toro embestía con extraños. Le dio pausas, buscó el temple, pero no hubo acople. Ni el toro decía mucho, ni el viento daba tregua. El cambio al izquierdo no mejoró las cosas. Fue una labor voluntariosa, de mérito técnico, pero sin alma. Y la espada tampoco colaboró.
Daniel Luque, por su parte, volvió a mostrar que atraviesa un momento importante. Con “Rabanero”, tercero de la tarde, dejó un saludo capotero con gusto y empaque. La faena la edificó desde abajo, con determinación, imponiéndose a un toro que tampoco regalaba nada. Fue de menos a más, construyendo muletazos de uno en uno, hasta cerrar con las luquecinas, su firma personal, esa forma de echarse la muleta a la espalda que ya es sello propio.
El sexto, sin embargo, le permitió mucho más. Tras un inicio junto a tablas, Luque se cruzó con verdad y se lo echó al cuerpo. Toreó con poder y verticalidad, especialmente al natural. La mano izquierda apareció con limpieza, hondura y profundidad. Fue entonces cuando la faena tomó otro tono. El toro se fue apagando, pero Luque quiso más. Se metió entre los pitones, buscó lo que ya no quedaba, y terminó firmando una actuación de esas que suman en Madrid, aunque no tengan premio.
Así terminó la tarde. Con un Castella que, sin anunciarlo, plantó una faena de peso en Las Ventas. Un recordatorio de que hay que saber esperar.
Plaza de Toros de Las Ventas (Madrid).
Duodécimo festejo de la Feria de San Isidro. Lleno de ‘No hay billetes’.
Toros de Alcurrucén, desiguales de presentación y juego, con poco fondo en general; y uno de Zacarías Moreno (4º bis), encastado y exigente.
- Sebastián Castella: silencio y ovación tras fuerte petición con aviso.
- Miguel Ángel Perera: silencio tras aviso y silencio tras aviso.
- Daniel Luque: ovación y silencio tras aviso.

Foto: Manolo Briones 

















