El gobierno de México anunció recientemente un incremento en los aranceles a productos provenientes de Asia, particularmente China. La medida es una estrategia para cumplir con varias de las metas del llamado Plan México, el cual busca, entre otras cosas, reducir la dependencia del exterior y crear condiciones para fortalecer la economía local.
El mensaje oficial es contundente: producir más en casa, importar menos. Y aunque esta estrategia suena lógica en el discurso político, su ejecución económica tiene matices que conviene analizar con cuidado.
Desde el punto de vista técnico, subir aranceles significa encarecer artificialmente los productos importados para dirigir parte de la demanda hacia los productores nacionales. Es una forma de proteccionismo comercial que busca darle oxígeno a la industria local.
Una medida que, además, coincide con intereses estratégicos de Estados Unidos -aunque ese es otro debate- para contener la influencia económica china en la región. Sin embargo, lo importante aquí no es el origen político, sino el impacto económico en la competitividad de México en el mediano y largo plazo.
Para entenderlo mejor, imaginemos que el futbol mexicano decide que quiere convertirse en una potencia mundial, que desea que la Selección sea protagonista en Copas del Mundo y que los clubes compitan con regularidad contra los sudamericanos y europeos en torneos internacionales.
Para lograrlo, los directivos concluyen que la liga debe producir más talento local. Y para impulsar ese objetivo, deciden aplicar una medida radical: poner “aranceles” a los jugadores extranjeros.
Es decir, cada equipo que quiera contratar a un sudamericano o un europeo tendría que pagar un impuesto adicional, elevando el costo total del fichaje. La idea detrás de esta medida sería presionar a los clubes a comprar menos extranjeros, para que recurran con mayor frecuencia a fuerzas básicas y así fortalezcan la producción de talento nacional.
El problema es que una política así tendría el efecto contrario al esperado. Porque, aunque es cierto que una mayor participación de mexicanos en la liga puede sonar atractiva, también es verdad que la calidad del futbol mexicano mejora cuando convive con jugadores de élite, como ocurre con Gignac, Camilo Vargas, Álvaro Fidalgo, Sergio Ramos y tantos otros que recientemente han aportado para subir el nivel de competitividad de la liga. Jugadores que dejan escuela en los vestidores y generan un entorno deportivo más exigente.
El futbol mexicano estaría repleto de jóvenes locales, pero con menos competencia, menos calidad, menos exigencia. A la larga, habría menos exportaciones a Europa, peores resultados en Mundiales y menor proyección internacional. Porque aislarse nunca es un camino hacia la excelencia: ni en el futbol ni en la economía.
Algo similar ocurre con los aranceles a las importaciones de Asia. En el corto plazo, proteger a las industrias nacionales puede sonar razonable. Pero en el largo plazo, estos impuestos reducen la competencia, encarecen los insumos y afectan la integración de México en las cadenas globales de valor.
Como sucedió en la década de los 80 y 90, cuando se eliminen o reduzcan los aranceles, chocaríamos contra la realidad: una economía que no es competitiva en los mercados globales.
Además, recordemos que 77% de lo que importamos de Asia no son productos terminados, sino insumos y bienes intermedios, piezas fundamentales para la industria automotriz, electrónica y manufacturera. Encarecer esos insumos significa encarecer la producción en México y, por ende, disminuir nuestra competitividad global.
Si queremos que México reduzca su dependencia de Asia -como el futbol mexicano quiere exportar más jugadores y competir a nivel internacional-, la respuesta no está en cerrar la liga, sino en mejorarla: invertir en tecnología, infraestructura, educación, logística, innovación y un entorno regulatorio que garantice certidumbre.
Jesús Vaca Medina
Doctor en Estudios Fiscales
@jesusvacamedina



