Checo Pérez vuelve a manejar un F1 casi un año después a bordo de un Ferrari negro en Imola

Llegó la hora del ansiado regreso del piloto mexicano. Primero pruebas y después los premios



Foto: Cortesía

Y un buen día, Checo Pérez volvió. El nítido sol de noviembre en Imola, Italia, ahí donde los espíritus del legendario pasado de la Fórmula 1 aún rondan para vigilar cada curva del Autodromo Internazionale Enzo e Dino Ferrari, fue testigo del regreso del piloto mexicano a la pista, a bordo de un auto de la máxima categoría del automovilismo mundial.

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Sergio Pérez volvió a sentir ese familiar zumbido del volante con sus manos hasta enroscársele en el pecho. Habían pasado largos meses desde que condujo un monoplaza de F1 tras verse obligado a tomar un año sabático —que se sintió eterno entre sus aficionados— luego de su turbulenta despedida de Red Bull Racing, donde los podios se habían convertido en una pesada loza de la que ya no pudo escapar.

Pero ha sido este 13 de noviembre de 2025 que el piloto jalisciense concretó su vuelta al ruedo. Tuvieron que pasar 340 días exactos para que manejara de nuevo. No lo ha hecho vestido de rojo escarlata, sino al volante de una elegante bestia completamente negra, un Ferrari SF-23 de hace dos años, despojado de su icónico halo y de sus tradicionales colores para dar inicio a esta nueva etapa.

El coche cambió de imagen para formalizar el acuerdo Ferrari-Cadillac, el joven equipo estadounidense que se abre camino hacia la parrilla 2026 desde cero, tomando prestadas las ruedas de Maranello porque su propio garaje resuena con promesas vacías, por ahora.

Pérez se ajustó los guantes; el cuero crujió sutilmente mientras echaba un vistazo al muro de boxes. Allí, un grupo de unos 20 empleados de Cadillac —ingenieros con cuadernos recién salidos de fábrica, mecánicos expectantes y con los ojos bien abiertos— se agrupaba bajo la atenta mirada de treinta veteranos de Ferrari cedidos para la ocasión.

No se trataba de batir récords de vuelta ni de perseguir los fantasmas del SF-23; era más retomar el ritmo, engrasar los engranajes de una máquina construida no solo con fibra de carbono, sino con la tenacidad humana, y devolverle la confianza a un veterano de 35 años de edad que fue golpeado psicológicamente de forma incesante durante sus últimos meses en Milton Keynes.

“No estamos probando el coche”, había dicho el director del equipo, Graeme Lowdon, la noche anterior, con voz firme durante la cena en una trattoria cercana. “Estamos probando a la gente”.

Y Checo, con su tranquilo temple, era la chispa que lo encendía todo. El motor rugió, una sinfonía gutural que ahogó las dudas. Al salir a pista para el primero de los dos días, la carrocería negra relucía como una armadura de medianoche, desprovista del Cavallino Rampante de Ferrari. Sin logotipos, sin rastro de antiguos acuerdos comerciales.

Imola se desplegaba ante él, con la amplia Tamburello, la cerrada Piratella; cada curva un recuerdo del fuego de Ayrton Senna y la determinación de Niki Lauda. Pérez comenzó con suavidad, sintiendo cómo el chasis se aferraba al asfalto, cómo los neumáticos revelaban secretos de agarre olvidados durante su ausencia.

Al mediodía de la hora local, la sesión rebosaba de energía. Pérez entró a boxes, sin casco, con el sudor perlado en la frente mientras se reunía con el equipo para analizar la prueba. El equipo de Cadillac asintió, con los rostros iluminados por la emoción de los primeros logros. Ya habían alcanzado hitos fuera de la pista, pues semanas antes, un maniquí de pruebas de choque se había estrellado contra un prototipo básico del chasis, y un suelo experimental había sido sometido a pruebas de túnel de viento hasta su completa resistencia.

El desarrollo avanzaba a toda velocidad, impulsado por la visión implacable de Andretti y el gran respaldo financiero de General Motors. Valtteri Bottas, quien pronto sería compañero de Pérez, observaba desde lejos, aún atado a Mercedes por contrato, sin poder unirse al equipo, pero ya planeando su doble asalto a la parrilla.

Mientras el sol se ocultaba tras las colinas de Emilia-Romaña, Checo salió del coche para la última vuelta, con el SF-23 esperándolo como un corcel prestado. De las cenizas de un año sabático, surgía un sueño americano envuelto en fibra de carbono para un piloto que nunca se rindió.