Como en el circo

La prohibición de las corridas podría condenar al toro de lidia al matadero, repitiendo la tragedia de los felinos de circo tras su prohibición en 2015



La discusión sobre la prohibición de las corridas de toros en México ha alcanzado un punto álgido. Desde la Plaza México hasta los congresos estatales, el debate se centra en el bienestar animal, la tradición y la economía. Sin embargo, hay un protagonista que parece olvidado en esta controversia: el toro de lidia. Si las corridas son prohibidas, ¿qué destino le espera a esta raza única? La respuesta, si miramos el precedente de los felinos salvajes de los circos, es inquietante: el matadero.

En 2015, México prohibió el uso de animales en circos, una medida celebrada por defensores de los derechos animales. Pero la realidad para los leones, tigres y otros felinos fue devastadora. Sin un plan claro para su reubicación, muchos terminaron sacrificados o abandonados en condiciones precarias.

Los santuarios, saturados o mal financiados, no pudieron absorber a todos. Los zoológicos, con espacio limitado, tampoco fueron la solución. El resultado: animales que habían sido el alma de los espectáculos fueron reducidos a despojos en un rastro.

El toro de lidia enfrenta un riesgo similar. Esta raza, criada específicamente para la lidia durante siglos, no tiene un lugar en la ganadería convencional. No es un animal de engorda ni de producción lechera; su genética está diseñada para la bravura, no para la docilidad de un corral industrial.

Mantenerlo en las dehesas sin el propósito de la tauromaquia es económicamente inviable para los ganaderos. Las cifras lo confirman: en México, la industria taurina genera alrededor de seis mil 900 millones de pesos anuales y sostiene 80 mil empleos directos e indirectos, según la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia.

Sin corridas, las ganaderías cerrarían, y los toros, como los felinos de circo, serían enviados al sacrificio masivo.

Los defensores de la prohibición argumentan que el sufrimiento del toro en la plaza justifica su desaparición. Pero, ¿es más ético condenar a una especie entera a la extinción que permitir su existencia en un contexto regulado? El toro de lidia vive cuatro años en libertad relativa, pastando en vastas dehesas, antes de su encuentro en el ruedo.

En contraste, el ganado de abasto enfrenta confinamiento y matanza en meses. La ironía es que, al prohibir las corridas, los activistas podrían estar empujando a estos animales a un destino aún más cruel.

El toro de lidia, como los felinos de circo, no pidió estar en el centro de nuestras tradiciones ni de nuestros debates. Pero merece algo mejor que el olvido o el rastro. Si vamos a hablar de bienestar animal, hagámoslo en serio: con soluciones reales, no con gestos que, en el fondo, solo limpian conciencias de políticos de poca monta, mientras condenan a una especie al abismo.

El toro de lidia, como los gallos de pelea, son gladiadores natos.