De mamás policías y de policías

Era el año 2010, como era y sigue siendo costumbre, nos encontrábamos formando policías municipales en el Estado de México



Era el año 2010, como era y sigue siendo costumbre, nos encontrábamos formando policías municipales en el Estado de México, exactamente en ese bello pueblo de Ayapango, próximo a los volcanes de Ixtla-Popo.

Habíamos formalizado, en el 2004, nuestra organización civil Misiones Regionales de Seguridad. Con el objetivo de apoyar a la parte más vulnerable policial, la municipal, decidimos concentrarnos en la enseñanza y consolidación de las siete habilidades básicas.

Me encontraba en la plaza cívica de la ciudad, pasando lista y explicando nuestra naturaleza y las actividades que desarrollaríamos; de pronto, me llamó la atención la presencia de una mujer vestida de civil, nerviosa, casi asustada, de complexión por demás delgada.

En la entrevista personalizada, que hacía nuestra psicóloga, me comentó que aquella mujer se había presentado para ingresar a la fuerza, que era esposa de un maestro albañil y tenía tres hijos menores; que se dedicaba a la limpieza de casas y oficinas, pero tenía conflicto con dejar a sus hijos por horas; que la única forma de tratar de ser buena madre, para construir una familia integrada, era buscando una actividad laboral en el pueblo y lo más fácil era ser policía.

Empezó el entrenamiento, arduo, pesado, complejo, con la visión no sólo de formar policías sino de descartar aquellos (as) carentes de vocación, que buscaban acercarse a la fuerza para conseguir una “chamba”, característica muy grave y vigente aún en las policías de nuestro país.

Ella, la flaca recluta, madre y esposa, lo supo desde un principio, “descartaremos a quienes no demuestren actitud y aptitud para la carrera policial”.

Entrené con ellos. Junto con otros instructores, permanecimos cerca de 200 horas de curso para moldear un verdadero policía municipal, y aquella mujer, necesitada de chamba, abrazó la profesión policial, descubrió su vocación y aún permanece en la Región Volcanes como mando policial.

¿Qué rescatamos de esta historia? La constante de la mujer en general, pero particularmente la mexicana, y dentro de ellas, la MUJER POLICÍA, con quienes he convivido, en diferentes época e instituciones, corroborando la fuerza, la tenacidad, el compromiso, pero sobre todo el amor para emprender y llegar a una meta; la capacidad de operar muchas actividades a la vez y obtener buenos resultados.

Aquella mujer policía de Ayapango, que aún compartimos redes sociales, llevó esas virtudes femeninas a sus hijos y hoy debo decirles que tiene una familia integrada, con hijos universitarios bajo un gran ejemplo de vida.

Imaginemos, si en México existen aproximadamente 350 mil policías y dentro de las diferentes corporaciones 70 mil son mujeres, de las cuales 22 mil son madres, ¿cuántos buenos ciudadanos podemos esperar producto de su crianza?

El INEGI señala que cada familia mexicana está conformada por entre tres y cuatro hijos; podemos entonces hablar de cerca de 80 mil niños (as), hijas e hijos de familias policiales; futuros ciudadanos que crecerán y se desarrollarán en la costumbre, en el hábito del orden, la disciplina y el cumplimiento de la ley.

Mujeres y madres policías que no sólo son excelentes en la proximidad social; competentes en las investigaciones criminales, en la persecución del delito y en el acompañamiento en la reinserción social, sino en la capacidad de mediar conflictos, de entender, prevenir y combatir la violencia doméstica y de género.

Es tiempo de voltear a verlas, de sumarse al esfuerzo de otras instituciones públicas y privadas para apoyarlas y acompañarlas en tan hermosa labor.

Por ello, esta columna está dedicada a ellas. Yo no las felicito, les doy las gracias.