De personajes en las instituciones

El texto reflexiona sobre la persistente crisis de seguridad en México y la urgente necesidad de una transformación ética en las instituciones y sus personas.



Hace unos días FB me recordó una publicación de 2011 a propósito de un curso que impartí sobre identificación e investigación contra delincuencia organizada. El texto decía lo siguiente:
“Preparándonos para lo que vendrá. Más droga, más consumo, más violencia y más ingobernabilidad. Quisiera equivocarme”.

No me equivoqué; no le atiné ni soy mago… ya se veía venir, inclusive antes de ese año.
La primera vez que percibí esta inacabable crisis de seguridad fue en 1994, en el extinto Instituto Nacional para el Combate a las Drogas (INCD), donde ocupé dos cargos: el primero en la Dirección General de Erradicación de Cultivos Ilícitos; el otro, en la Policía Judicial Federal Antidrogas. Es en esta última posición donde me animé a escribir mi tesis de licenciatura, que terminó por publicarse en la Editorial Porrúa bajo el título La delincuencia organizada, una propuesta de combate.

En el libro narro lo que vi, percibí y viví de la descomposición de las personas que hacen las instituciones.
Sólo pondré un ejemplo: en ese entonces había cuatro rutas de distribución de drogas bajo la hegemonía de cuatro cárteles (Tijuana, Sinaloa, Juárez y Golfo), y la entonces Procuraduría General de la República, comandada por el panista Antonio Lozano Gracia, contaba con cuatro primeros comandantes para atender esas cuatro rutas de tráficos ilegales.

¿Qué caracterizaba a esos cuatro sujetos?

  • Eran los de mayor presupuesto.
  • Tenían los “mejores resultados”; diría a modo, droga incautada sin detenidos.
  • Los que mayores ingresos personales demostraban: dólares, vehículos asegurados, gastos personales sin límites.
  • Ingobernables, hacían lo que ellos querían, con lo que querían y cuando querían. No obedecían una cadena de mando ni jerarquía.
  • Se caracterizaban por una soberbia muy particular, entre cinismo e ironía. Sabían perfectamente que estaban enriqueciéndose a costa de la vida, libertad y salud de mexicanos y extranjeros.

¿Por qué escribo esto? Sencillamente porque México es tan predecible en su delincuencia que cualquiera que haya transitado por las instituciones y tenga un poco de sentido común, inteligencia y, sobre todo, amor a México, podría darse cuenta que “origen sí es destino”.
Es inadmisible que la clase política mexicana pueda señalar, primero, “que no es verdad” y, ya sucedido, “que no lo sabía”.

Ni los priistas que vivieron ese doble lenguaje, ni los panistas que usaron esos personajes para “limpiar instituciones” pero con los mismos funcionarios; ni los ahora morenistas y aliados, muchos de ellos de origen priista, que aplican el mismo tratamiento contra la inseguridad, como es el desmantelamiento de instituciones bajo el mando de las mismas figuras de la política y la seguridad.

Es hasta ahora, 30 años después, que vi y sentí la urgencia de que el presente gobierno “caiga en cuenta” que el problema no es de instituciones, sino de personas que siguen rompiendo a nuestro México.

¿Acaso debemos terminar con nuestras Fuerzas Armadas por detectar corrupción grave en sus filas? ¿Debe correr la misma suerte que la Policía Federal? En ese contexto, ¿cuánto va a durar la Guardia Nacional sin que la desaparezcan por encontrar delincuencia a su interior?

Desde ahora les aseguro, sin temor a equivocarme, que la historia seguirá repitiéndose más allá de este sexenio si no hay una verdadera transformación del mexicano.

Las políticas de seguridad deben ir más allá de 25 mil detenidos o de investigaciones exitosas.
Se deben respetar las instituciones, pero con un verdadero talento humano.
Crear políticas de prevención basadas en la reconstrucción de la cultura de la legalidad y de un nuevo nacionalismo mexicano. Esto llevará décadas, muchos años que seguramente no seremos testigos.
Lo que sí puedo asegurar es que no hemos empezado aún.