Día 7: El diablo está en las rutinas

Te traemos la columna de Martín Avilés, nuestro reportero en París, quien durante los próximos días nos mostrará el ambiente de los Juegos Olímpicos desde otro punto



Desperté por la mañana y me metí a la ducha tan rápido como el limitado espacio en la bañera me lo permitió. Un rocío de desodorante —quizás un poco más, porque las lluvias se han ido y el pronóstico del tiempo amenaza con alcanzar los 37 grados Celsius esta tarde—, dos nudos a las agujetas y, por supuesto, lentes oscuros para esconder las prominentes ojeras que más asemejan a las de un amante de la vida nocturna. Para mi desgracia, he dormido entre 3:00 y 4:00 de la mañana desde que llegué a París y no precisamente por una alta ingesta de alcohol, como en mis gloriosos años de juventud.

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Bajo por las enroscadas escaleras, ya sin miedo de pisar en falso como en los primeros días. El crujir de la vieja madera que conforma cada peldaño ya me es tan familiar que he dejado de prestarle la atención que en un inicio. Tampoco percibo con la misma prominencia que el jueves pasado ese sutil aroma a humedad en las paredes empastadas de un yeso ya corroído y resquebrajado en las esquinas.

Abro la pesada puerta de hierro y el aire caliente me avisa que, efectivamente, la frescura con la que se sentía el ambiente durante las repentinas tormentas que bañaron indistintamente a ciudadanos comunes y corrientes, como a reyes, artistas y súper atletas el pasado 26 de julio cuando sabrá cómo se las ingeniaron para que el agua derramada sobre la capital francesa no apagara la llama olímpica que irónicamente encendieron bajo un cielo nublado semanas atrás en Grecia.

Ya todo me es familiar. En automático, tomo camino hacia la izquierda, donde está el Théâtre du Marais, y en la esquina un Auchan, ese supermercado que hace muchos años tenía una sucursal en Miguel Ángel de Quevedo, Coyoacán, muy cerca de donde vive mi tía Lety en su colorida casa que más parece museo en el Callejón del Aguacate. Desde hace tiempo, por cierto, ese Auchan fue sustituido por una Comer, sin que me diera cuenta.

Cruzo unas calles y el Square du Temple-Elie Wiesel, un jardín botánico que no he tenido la fortuna de visitar, indica que debo doblar a la izquierda para llegar a la sala de prensa. Mi jefe me dijo antes de viajar que en cuanto llevara a lavar mi ropa a la lavandería, oficialmente sería considerado como vivir en París. Yo creo que eso ha ocurrido antes. Todo comienza cuando dejas de mirar el Google Maps para llegar a tu destino; cuando sabes que el metro más cercano es République y que por la zona no encontrarás algún local de comida abierto después de las 12:00 de la madrugada.

Un viejo dicho popular que le atribuyen al arquitecto alemán Ludwig Mies van Der Rohe dicta que Dios está en los detalles, una expresión que más o menos se refiere que cuando algo parece simple, en realidad hay complicaciones implícitas en nimiedades. Lo cierto es que las rutinas pueden ser, precisamente eso, una peligrosa trampa que vuelve imperceptibles esos sutiles destellos que son los que esconden las grandes historias que uno pretende contar.