Día 8: Enfermarse en París: ¿el virus olímpico?

Te traemos la columna de Martín Avilés, nuestro reportero en París, quien durante los próximos días nos mostrará el ambiente de los Juegos Olímpicos desde otro punto



París, Francia / Enviado.- Era mucho más temprano que de costumbre cuando el sonido de los truenos me despertó. El dolor de garganta seguía ahí con esa sensación de tener decenas de agujas picoteando sin cesar. Balbucí algunas palabras para percatarme si aún seguía sin voz, y pensé que si estamos en el octavo día de una columna escrita desde París, bien podría surgir una subcolumna con el recuento de mis días sin poder hablar bien en plenos Juegos Olímpicos.

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Todo comenzó cuando Prisca Awiti se colgó la medalla de plata. Esa mañana ya sentía un ligero picor al interior de mi cuello, pero poca importancia le di ante la abrumadora jornada que se desarrolló conforme avanzaban las horas que en esta ciudad inexplicablemente se consumen en minutos, y cuando menos te das cuenta, son las 9:00 de la noche, pero el sol apenas está por ocultarse. Pasado el medio día, la desazón comenzó a ser preocupante, y ya para cuando la carismática familia de la judoca nacida en Reino Unido celebraba, poder preguntar sobre sus sensaciones se volvió complicado, pues perdía dramáticamente la voz.

Fue entonces que caminé despejadamente sobre Av. de La Motte-Picquet en busca de una farmacia, misma que encontré al lado del restaurante Suffren. Si ya de por sí comunicarme en un país del cual no domino su idioma, hacerlo al 20% de mi capacidad vocal, lo volvió ciertamente un tanto más complejo. Entré y todo se solucionó gracias a la tecnología, al abrir el celular en el que Google Translate se encargó del resto.

“Buenas tardes, me duele la garganta y ya no puedo hablar. ¿Tendrá alguna medicina que me ayude?”, fueron las palabras que tradujo la app. Le mostré el mensaje a la persona que atendía el local. Jamás sabré si realmente la traducción fue la correcta, pero de alguna forma la señora me entendió. Le mostré en mi teléfono la imagen de unas pastillas que encontré en el buscador previamente, las ‘Ricola aux Plantes’ de 70 gramos, mismas que en teoría alivian eficazmente el malestar de garganta.

La señora me respondió tajantemente que no, que las mejores disponibles eran las ‘Activox’ (y he de reconocer que el nombre era bastante prometedor), así que las adquirí por el módico precio de 6.49 euros, unos 130 pesos mexicanos al tipo de cambio en que se escribe este texto. Me comí cuatro —de las entre cuatro y seis pastillas recomendadas por día— para ver si de pronto, por arte de magia me curaba. Pero no ocurrió.

Al día siguiente, mi voz regresó ligeramente, pero con un sonido más bien aguardientoso. La carraspera estaba ahí y comenzaba a ser desesperante. Sobre todo porque ahora iba acompañada de un dolor en el ojo, como si se hubiera infectado de alguna forma, quizás por mis bajas defensas, o qué sé yo. Los drásticos cambios de clima en París pasan del más caluroso sol a fuertes ventiscas heladas y lluvias que tan pronto terminan son secundadas por aún más bochornosos calores, y el ciclo sigue y sigue.

Esta mañana, después de los odiosos truenos que cortaron mi sueño, fui a una farmacia para ahora atender el problema ocular. “¿Me puede dar unas gotas para los ojos?”, le dije a la cajera. “Claro, ¿puedo ver su ojo?”, respondió. Me quité los lentes oscuros y la mujer de rasgos asiáticos hizo la mueca más despectiva que recuerdo haber provocado jamás.

Llamó a otra de sus compañeras, algo murmuraron en francés y me recetaron no solo las gotas sino unas compresas de la marca Marque Conseil y una solución para lavado ocular Ophtaxia, todo ello por 14.98 euros (unos 302 pesos). Subí al metro en République para dirigirme a una entrevista pactada en Claridge Hotel de Av. des Champs-Élysées. En el camino, noté una buena cantidad de estornudos y tosidos. Otros colegas de distintos países contaron que incluso tuvieron fibre por la noche. El virus olímpico se esparce.