MADRID.- Este domingo en Las Ventas, Diego San Román firmó una de esas actuaciones que no se miden en trofeos, pero sí en respeto. Confirmó su alternativa en Madrid, pero más que una ceremonia, lo suyo fue una declaración de intenciones: vino a quedarse.
La corrida de Fuente Ymbro fue exigente, dura, de esas que no regalan nada. Seis toros con más complicaciones que virtudes, con teclas difíciles de tocar, embestidas inciertas y un denominador común: ponerle precio alto a cada pase. Y ante ese panorama, fue el torero mexicano quien puso la nota más firme, más vertical, más seria de la tarde.

La tarde: una cuesta arriba desde el primer toro
Curro Díaz, con la elegancia serena de quien ya no necesita demostrar nada, se enfrentó a dos toros que no quisieron colaborar. El segundo, manso y deslucido, apenas permitió dejar algún destello del toreo clásico del jienense. El cuarto, más peligroso que claro, apenas si le dio oportunidad de robarle muletazos con el valor seco de quien no rehúye ni se esconde. Hubo arte, sí, pero contenido, aprisionado por las condiciones de dos toros que no se prestaron a la estética.
Román, por su parte, se encontró con el lote más manejable. Al tercero le puso oficio, entrega, y aún con el viento como enemigo, le buscó las costuras. Al quinto, el toro más completo del encierro, le cuajó una faena con ritmo, emoción y firmeza. Hubo sitio, distancia y temple. El valenciano fue prendido, sin consecuencias, y tras el susto volvió a la cara del toro con coraje para cerrar con bernadinas ceñidas. La oreja fue el justo premio de una labor que tuvo conexión y verdad.

Un mexicano que se planta en Madrid
Desde el primer capotazo, Diego San Román mostró disposición. Salió con el gesto sereno y la mirada encendida. La ceremonia de confirmación se cumplió con Curro como padrino y Román como testigo. Luego, vino lo importante: ponerse delante de un toro bronco, reacio, que no se entregó ni por el derecho ni por el izquierdo. San Román lo sujetó, lo esperó, le buscó los terrenos, le adelantó la mano y le propuso un trazo limpio, aunque el toro no tuviera intención de seguirlo. El público reconoció la firmeza, la paciencia, la claridad de ideas. El acero cayó arriba. Fue un primer mensaje.
Pero el verdadero discurso lo dictó con el sexto. Un toro áspero, de miradas secas y embestidas al cuello. Uno de esos que mide y se gira, que pone a prueba no sólo el oficio sino la voluntad más íntima del torero. San Román, en lugar de abreviar, se metió en el terreno del toro. Lo toreó genuflexo para sacarlo de tablas, le ganó terreno poco a poco y cuando llegó a los medios, le plantó cara con un valor sin alarde.

Por el pitón izquierdo, el toro protestó, se quedó corto, miró, se coló. Pero el mexicano insistió. Cada natural era un ejercicio de riesgo milimétrico. La embestida no tenía nobleza, pero él la ordenó. Y en ese esfuerzo, en esa entrega seca, San Román se ganó a Las Ventas. Sin cortar, sin sonar fuerte, pero dejando el eco de los toreros que tienen algo más que técnica: tienen autenticidad.
Una corrida cuesta arriba
La corrida de Fuente Ymbro tuvo altibajos notables. El encierro, desigual en presentación y muy limitado en cuanto a entrega y clase, dejó escaso margen para el lucimiento. El quinto toro fue el más completo, con movilidad, ritmo y una embestida que permitió a Román cuajar la faena de la tarde. Los demás, salvo momentos puntuales, resultaron broncos, mansos o directamente imposibles. Algunos punteaban la muleta, otros se quedaban cortos o huían del engaño.
Frente a esas condiciones, los tres toreros dejaron distintas lecturas. Román, se impuso con oficio al tercero y se creció con el quinto, donde sí pudo expresarse. Y Diego San Román, en su confirmación, puso la nota de frescura, de riesgo y de ambición.





Manolo Briones 


