HUELVA. La tarde volvió a tener nombre propio en la plaza de toros de La Merced: Diego Ventura. El rejoneador hispano-luso firmó otra actuación memorable, rubricando una nueva lección de entrega, riesgo y torería frente a una difícil corrida, donde su maestría terminó por imponerse con fuerza.
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En su segundo del lote, Ventura se vio obligado a volver a echarse la corrida sobre los hombros. El toro, falto de raza y buscando constantemente la querencia, no puso nada fácil el lucimiento. Pero ahí emergió la figura del rejoneador de La Puebla del Río, que impuso su verdad desde el recibo con Querido, parando al burel con una doma tan precisa como aplaudida por el público.
La faena fue un alarde de valor: con Nivaldo, Ventura se echó encima del toro para clavar al quiebro en la misma cara, donde los pitones rozaban peligrosamente los pechos del caballo. El momento cumbre llegó con Nómada, en una banderilla de enorme belleza, donde el cite pausado y la reunión perfecta hicieron estallar al tendido.
Ni un respiro se permitió entre las cortas con Guadiana, ni tampoco en las rosas. Aunque pinchó antes del rejón definitivo, la plaza ya era suya. Dos orejas que premiaron una actuación vibrante, de las que se recuerdan.
Con su primero, Ventura mostró una vez más su capacidad de exprimir lo que parece no tener fondo. El toro salió frío y desentendido, pero el torero no se desesperó. Lo recibió con Guadalquivir, clavando dos rejones de castigo para intentar encender su chispa. Fue con Quirico con quien logró encelarlo, toreando muy ceñido al hilo de las tablas.
Las distancias se redujeron aún más con Bronce, en dos banderillas vibrantes y un par a dos manos sin cabezada, de una exposición brutal. Cerró la faena con las cortas al violín a lomos de Brillante, en una muestra de compenetración absoluta entre jinete y caballo. El rejón fue efectivo, y la oreja cayó con justicia.

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