SALVADOR DEL RÍO
La derrota del Partido Revolucionario Institucional en las elecciones del pasado domingo en el Estado de México representa el inicio de una previsible debacle de ese partido, en una situación similar a la que enfrentó en julio de 2000, cuando fue vencido por el Partido Acción Nacional y quedó fuera por primera vez de la Presidencia de la República.
En aquel entonces se dijo que la victoria del guanajuatense Vicente Fox representaba el inicio de la desaparición del tricolor y un cambio en el panorama político del país. Era para muchos el escenario ideal para un ajuste de cuentas entre el conservadurismo del PAN y un PRI que había sido señalado por una serie de abusos en el ejercicio del poder.
No obstante, Fox desistió de acabar con el PRI, al que necesitaba para transitar en el Congreso y dejó que el moribundo partido se recuperara y lograra, doce años después de la histórica derrota de 2000, regresar a la Presidencia de la República. Pese a la segundaoportunidad que se le presentó, el Revolucionario Institucional no entendió el mensaje de los electores y volvió a los excesos que habían socavado su reputación e imagen.
Derrotado nuevamente en 2018, el PRI tenía en el Estado de México su última fortaleza ante un partido como Morena que no ha dejado de incrementar su presencia en el territorio nacional y un Partido Acción Nacional anclado en los estados que históricamente ha gobernado como Guanajuato, Aguascalientes, Querétaro y Yucatán.
Los dirigentes del PRI quizá no midieron la dimensión de una derrota en el Estado de México, como la que sufrió el domingo pasado, con una diferencia ligeramente superior a los ocho puntos porcentuales, de acuerdo con datos del Programa de Resultados Electorales Preliminares. Si bien la distancia entre Delfina Gómez y Alejandra del Moral no
alcanzó los dos dígitos como muchas encuestadoras previeron, la distancia entre ambas es lo suficientemente sólida como para descartar un proceso de impugnación.
Muchos dentro de la oposición dirán que la alianza Va por México logró un holgado triunfo en Coahuila, con el joven político Manolo Jiménez y quien pareciera tener un muy buen futuro en el servicio público más allá de su tierra natal. Sin menospreciar la importancia histórica de ese estado -cuna de Madero y Carranza-, el peso político y electoral de esa entidad no tiene punto de comparación con el Estado de México.
Curiosa la actitud de los dirigentes de PRI, Alejandro Moreno; del PAN, Marko Cortés, y del PRD, Jesús Zambrano, que, frente a una de las derrotas más significativas de toda su historia, el tono de sus primeras reacciones haya sido festivo. Vendrán los tiempos para repartir las responsabilidades de estos resultados y las primeras disputas podrían darse entre el gobernador Alfredo del Mazo, señalado de haber entregado la elección, y el dirigente tricolor, cada día más cuestionado por colocar sus ambiciones personales por encima de cualquier interés partidista.
Cual sea el escenario que se presente en las próximas semanas, lo acontecido este fin de semana en el Estado de México descoloca a la alianza opositora de cara a las elecciones presidenciales de 2024, a celebrarse en menos de un año. El escenario se complica para este bloque, sus fortalezas disminuyen y aún no surge el personaje suficientemente sólido para enfrentar a Morena. La derrota en tierras mexiquenses tendrá, sin duda, consecuencias en el devenir del país.
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