En los últimos días, se confirmó que México atraviesa una etapa de enfriamiento económico. Una contracción del 0.3% en el tercer trimestre del 2025, y una baja en la proyección del Banco de México para cerrar el año con un crecimiento del 0.3%. Esto contrasta con la expectativa al inicio del año, que lo fijaba por encima del 1%. No es una tragedia, pero sí una señal de alerta.
Si lo llevamos a la cancha, es como los Pumas que arrancaron el torneo como candidatos al título, con fichajes de figuras internacionales como Keylor Navas y Aaron Ramsey. Pero que, jornada tras jornada, fueron perdiendo fuerza e incluso quedaron fuera de la Liguilla.
Este desempeño no es una anomalía. En economía existe algo conocido como el ciclo económico: periodos de expansión seguidos por desaceleraciones, estancamientos o recesiones, para después volver a crecer. Es una dinámica natural del sistema productivo.
De la misma forma, en el futbol es prácticamente imposible que un equipo se mantenga en la cima de manera permanente. Las plantillas se desgastan, cambian los rivales, surgen lesiones, se alteran las condiciones externas. La caída, tarde o temprano, llega. Lo importante es cómo gestionamos esa caída.
Ahí es donde entra el papel del gobierno. En términos económicos, lo que se espera de las autoridades es la aplicación de políticas contracíclicas: medidas diseñadas para reactivar la economía en las caídas, y evitar sobrecalentamientos cuando crece demasiado rápido. Estas políticas pueden tomar varias formas: mayor gasto público en infraestructura, apoyos a sectores estratégicos, incentivos fiscales para la inversión privada, reducción temporal de impuestos o programas de crédito que impulsen el consumo y la producción.
En la cancha, la analogía es clara: cuando un equipo entra en una mala racha, los estímulos deben venir de afuera: cambio de táctica, ajustes a la alineación, cambios en la directiva, nuevas contrataciones y refuerzos. No se trata de gastar sin estrategia, sino de invertir bien para corregir el rumbo.
Lo mismo ocurre en la economía: el objetivo no es gastar más por gastar, sino activar los motores que están apagados, como la inversión, el empleo, la productividad, para que el equipo vuelva a competir.
Hoy, varios de esos motores en México muestran señales de debilidad. La inversión privada avanza con cautela, el consumo comienza a resentir la pérdida de dinamismo y algunos sectores industriales enfrentan menor demanda externa.
En este contexto, la decisión del Banco de México de recortar su expectativa de crecimiento no es un capricho, sino un diagnóstico claro: el ritmo de la economía se está desacelerando y requiere un impulso externo.
En el manejo de los ciclos económicos, o de desempeño futbolístico, un gran ejemplo reciente lo ofrece el América. Tras alcanzar un histórico tricampeonato y quedarse a una paso del tetracampeonato contra Toluca, la caída deportiva era prácticamente inevitable. Sin embargo, lejos de desmoronarse, el equipo supo gestionar la transición. Con ajustes tácticos, rotaciones inteligentes y una lectura clara del momento, André Jardine logró meter al equipo a la Liguilla, incluso cuando no figuraba entre los principales favoritos al título. No fue brillante, pero sí efectivo. No fue dominante, pero sí competitivo.
Eso es justo lo que hoy necesita la economía mexicana: aceptar que atraviesa una etapa de menor ritmo, pero responder con decisiones oportunas, bien calibradas y estratégicas.
Estamos apenas a un año del sexenio de la presidenta Sheinbaum. Hay que recordar que, en un torneo largo, no siempre gana el equipo que arranca fuerte, sino el que sabe reaccionar y termina enrachado.
Y en este momento de debilidad económica, el balón está en la cancha del gobierno.
Jesús Vaca Medina
Doctor en Estudios Fiscales
@jesusvacamedina



