Señal: educación como palanca de movilidad social
Tendencia: cambio de modelo, pero sin medir impacto real
En México, la educación no es una palanca de movilidad. Un estudio reciente del Centro de Estudios Espinosa Yglesias reveló que sólo tres de cada cien mexicanos lograrán alcanzar niveles altos de ingreso. La trampa de origen se ha vuelto infranqueable y uno de los factores más determinantes es la escuela.
Este mes concluye el primer ciclo escolar completo bajo la Nueva Escuela Mexicana (NEM), el modelo impulsado por la SEP con la promesa de reinventar el sistema educativo nacional desde sus fundamentos. Inspirado en corrientes pedagógicas contemporáneas como el enfoque por proyectos, la pedagogía crítica y el constructivismo, la NEM incorpora elementos loables: mayor atención a lo socioemocional, posibilidad de adaptar contenidos al entorno local y un rol docente más autónomo. Sin embargo, desde su arranque, el modelo ha estado acompañado de advertencias fundadas que conviene revisar al cierre del ciclo.
Diversas voces del ámbito académico y pedagógico han cuestionado la falta de claridad en los contenidos esenciales. Asignaturas clave como matemáticas, ciencias naturales y lectura crítica aparecen fragmentadas o diluidas en campos formativos amplios, sin una secuencia progresiva ni objetivos específicos. La interdisciplinariedad es una meta válida, pero si no está acompañada de una estructura curricular sólida, termina por generar confusión, brechas y aprendizaje superficial.
También se ha señalado la falta de condiciones para ejercer la autonomía escolar prometida. En muchas regiones del país, especialmente en contextos rurales y de alta marginación, los maestros no cuentan con los materiales, la conectividad ni la formación para diseñar su propio plan pedagógico. La capacitación docente ha sido desigual, en algunos casos limitada a sesiones informativas sin acompañamiento metodológico real.
A este rezago estructural se suma un componente tecnológico ignorado: la educación digital sigue sin integrarse de forma estratégica y equitativa al modelo. Aunque muchos de los nuevos libros incluyen recursos digitales mediante códigos QR, estos resultan inútiles para millones de estudiantes sin acceso confiable a internet o dispositivos. Según El Financiero (agosto 2024), más de 127 mil escuelas en México no tienen computadoras y 168 mil carecen de conexión a internet, lo que hace inviable cualquier estrategia digital amplia. De nada sirve hablar de alfabetización digital, entornos virtuales o inteligencia artificial si el sistema educativo opera con un déficit estructural tan profundo.
Nada de esto significa que debamos volver al viejo modelo. Pero el riesgo es haber cambiado el paradigma sin construir las bases para sostenerlo. Formar ciudadanos críticos y empáticos es un objetivo noble, pero si no se les dota de las herramientas cognitivas básicas —comprensión lectora, razonamiento lógico, dominio progresivo del conocimiento—, la escuela termina reproduciendo la desigualdad que dice querer transformar.
Los países que han logrado mejorar su sistema educativo, como Estonia, Singapur o Finlandia, no lo hicieron sólo reformando discursos. Apostaron por tres pilares: formación docente rigurosa, claridad curricular basada en evidencia y evaluación constante como mecanismo de mejora. Estonia, por ejemplo, midió mejoras en comprensión lectora tras integrar competencias digitales y lengua desde primaria. México, en cambio, parece haber adoptado una narrativa educativa transformadora, pero sin los instrumentos técnicos ni los recursos para sostenerla. ¿Qué pasaría si midiéramos lo que importa en vez de repetir lo que suena bien?
A un año de su implementación plena, no existen evaluaciones públicas sobre el impacto de la NEM en el aprendizaje. Y sin datos, sin medición, sin mejora continua, la transformación se convierte en promesa vacía. Mientras tanto, millones de estudiantes transitan la escuela sin saber si están aprendiendo lo que necesitan, sin saber si su esfuerzo los llevará a alguna parte.
Si no corregimos el rumbo, el riesgo es alto: una generación que sabe convivir, pero no puede competir; que sabe dialogar, pero no resolver problemas complejos; que tiene voz, pero no herramientas. Una generación atrapada en la promesa incumplida de una escuela que no les enseñó a subir.