Hay toros que no solo embisten: inspiran. Y hay toreros que no solo ejecutan: crean. En la noche del festejo de Provincia Juriquilla, Alejandro Talavante volvió a demostrar por qué su figura se sitúa en esa frontera donde el toreo deja de ser lidia para convertirse en arte.
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Su faena al toro “Mi Compa” recordó el proceso íntimo del pintor frente al lienzo en blanco: cada trazo nace de la intuición, cada gesto es una apuesta, cada decisión es un riesgo asumido con el corazón por delante. Como un artista que se enfrenta a la incertidumbre de su propia obra, Talavante fue construyendo una pieza viva, inesperada, libre en su forma y profunda en su contenido. Y como ocurre con las grandes pinturas, hubo un momento en que la creación superó a su creador: el toro comenzó a decir, a guiarlo, a completarlo. El resultado fue una obra tan completa que no pudo tener más desenlace que el indulto. A partir de ahí, la crónica del festejo se escribe sola.
El primero del festejo fue “Carnal”, de 505 kilos, al que Talavante saludó con verónicas de cadencia. La faena de muleta comenzó por alto, con estoicismo. El toro se mostró más franco por el izquierdo, y ahí dejó el extremeño muletazos de lucimiento. Por el derecho buscó someterlo con suavidad, pero el toro se rajó. Estocada al primer intento y palmas.
El segundo fue “Jimmy”, de 490 kilos. De Justo se gustó con el capote y planteó una faena inteligente, comenzando por bajo. El toro desarrolló genio, sentido y complicaciones, metiéndose por dentro. El extremeño, sobrado de oficio, se impuso en una labor firme. Mató al tercer viaje. Palmas.
El tercero, “Fabi”, de 490 kilos, lo recibió Diego San Román de rodillas y después con verónicas templadas. Su quite variado fue antesala de una faena entregada: inicio de rodillas, pases profundos por ambos lados, naturales de calidad y cambios de mano de gran mérito. El toro colaboró pero se vino a menos. Pinchazo y estocada. Petición no concedida.
El cuarto, “Caspero”, de 478 kilos, ofreció escasas posibilidades. Bruno Aloi estuvo tesonero, robando los muletazos posibles, siempre por encima del toro.
En el quinto, llegó el momento de la noche. “Mi Compa”, de 482 kilos y número 42, permitió a Talavante desplegar variedad desde el capote. Con la muleta, el toro tuvo clase y desplazamiento, ingredientes que el extremeño aprovechó para una faena inspirada. Todo fluyó como en un proceso creativo espontáneo: ligazón natural, ritmo, improvisación, profundidad por el derecho, naturalidad plena por el izquierdo.
La faena creció hasta convertirse en un torrente de emociones. El toro respondió siempre, entregado, noble, bravo. El indulto llegó entre el clamor general. Talavante dio la vuelta al ruedo con el ganadero Javier Sordo Esquerra, recibiendo los máximos trofeos simbólicos.
El sexto, “Estampa”, de 470 kilos, embistió a medias y punteando. Emilio de Justo lo intentó con voluntad, pero la faena no logró tomar vuelo.
En su segundo turno, con “Cubero”, de 507 kilos, San Román mostró inventiva desde el capote. Con la muleta ejecutó cambiados por la espalda en sitio mínimo, un cambio de mano sorprendente y una faena de mando por ambos lados. El toro se fue quedando y obligó al torero a torear muy cerca de los pitones, en una labor cargada de emoción.
El octavo y cierra plaza, “Wa-po”, de 500 kilos, ofreció poco. Aloi lo buscó desde el saludo hasta el inicio de faena de rodillas, pero apenas pudo dejar detalles debido a la condición del astado.
































