El buen toreo y el desorden de los regalos

guascalientes vivió una tarde taurina de altibajos: momentos de grandeza opacados por excesivos toros de regalo que diluyen la esencia del festejo.



FOTOS: Manolo Briones

Aguascalientes es, por tradición, sinónimo de categoría, de exigencia, de responsabilidad. Por eso, cuando en su plaza Monumental —epicentro de la Feria de San Marcos y escaparate del toreo en México— se da una tarde de toros, cada detalle cobra valor. Pero también pesa cada desajuste. Y este domingo, hubo mucho de ambas cosas: grandeza en las formas del toreo, entrega sincera de los espadas… pero también un preocupante desorden que no se puede pasar por alto.

Sebastián Castella, torero de pulso sereno y alma curtida, abrió la tarde con un toro muy serio, “Galán”, de José Barba. Faena con recursos, con firmeza, pero sin opciones reales ante un astado huidizo que terminó defendiéndose. Palmas justas para un torero que no se reservó nada. Luego, con “Sultán”, construyó una obra de mayor calado, con hondura, temple y belleza. Pero el acero, una vez más, fue el verdugo del triunfo.

“El Payo”, por su parte, firmó una de cal y otra de arena. Lucido con el capote ante “Que fue y que vino”, su primero, se topó con un toro descompuesto y sin celo. El queretano puso ganas, pero el toro le negó todo. Luego, en su segundo, “Azucarero”, la historia fue aún más amarga. El toro, inválido de fuerza y de bravura, no tenía un pase. Y sin embargo, la afición tomó partido por él, recriminando sin sentido al torero.

Diego Sánchez, lo hizo con madurez, con temple, con verdad. Su faena a “Don Paco Muro” fue pausada, limpia, cadenciosa, con pasajes de gran calidad por ambos pitones. Brindó con nobleza a Edgar Camacho, herido recientemente en esa plaza, gesto que honra. Y con “Barbón”, el sexto, firmó una de las faenas más emocionantes del festejo: porta gayola, emoción desde el capote, naturales con profundidad y una faena que fue a más. Falló con la espada, pero dejó huella.

Hasta ahí, una tarde de altibajos, pero con momentos verdaderamente toreros. Sin embargo, lo que vino después dejó una sensación agridulce: tres toros de regalo, uno por espada. ¿Acaso no es eso un exceso? ¿Qué mensaje se envía cuando cada matador termina pidiendo otro toro? La categoría de una plaza también se defiende con rigor. Y aunque la intención artística de los toreros puede comprenderse —sobre todo cuando hay entrega, como en los tres casos—, no puede normalizarse que un festejo se prolongue innecesariamente, con el público desgastado y el rigor diluido.

“El Payo” estuvo poderoso con su toro de Jaral de Peñas, una actuación con corazón y clase. Castella brilló con “Bandolero”, fino, clásico, elegante. Y Diego, con “Reportero”, volvió a conectar con la plaza, regalando una faena vibrante que sólo la espada dejó sin trofeo. Pero los tres regalos, aunque bien toreado el fondo, restaron forma al conjunto.

Porque el toreo, necesita ritmo, estructura y límites. Si no, se desdibuja. Aguascalientes merece tardes con contenido, pero también con orden. Porque no se trata sólo de sumar faenas, sino de preservar el sentido del espectáculo. Y esa responsabilidad es de todos: toreros, empresa, autoridad y afición.