¿El fin del paradigma revolucionario francés? (I)

BETTY ZANOLLI FABILA Agoniza el siglo XVIII y en la mayor parte de las naciones europeas eclosionan múltiples movimientos patrióticos que buscan transformar “viejas” tradiciones, instituciones y lealtades, pero ninguno como la gesta detonada en Francia que en 1789 transformó radicalmente no sólo al orden nacional sino a Occidente en pleno. Con la Revolución Francesa

Continue Reading →



BETTY ZANOLLI FABILA

Agoniza el siglo XVIII y en la mayor parte de las naciones europeas eclosionan múltiples movimientos patrióticos que buscan transformar “viejas” tradiciones, instituciones y lealtades, pero ninguno como la gesta detonada en Francia que en 1789 transformó radicalmente no sólo al orden nacional sino a Occidente en pleno.

Con la Revolución Francesa se precipitó el fin del feudalismo dando paso al capitalismo y gracias al imperialismo napoleónico el mundo emergente hizo suyos los preceptos revolucionarios que pronto se volvieron invencibles, a tal grado que aún y cuando hacia 1815 el absolutismo pareció reanimarse, era demasiado tarde. Los nuevos ideales eran ya parte de la conciencia social y del espíritu que bullía en el seno de la nueva ciudadanía en ciernes que se encargaría de impedir que murieran. Los burgueses liberales se hicieron sus portavoces y pronto nacieron agrupaciones de artistas que, integradas por músicos, poetas, pintores, escultores y filósofos, e inspiradas en las sociedades masónicas francesas y en los carbonarios italianos terminaron por dispersarse por toda Europa y América. No estaban unidos por el origen ni por la posición sino por su oposición al absolutismo.

De ahí que entre 1815 y 1830, la lucha contra los regímenes proreaccionarios fuera por demás
activa, especialmente en Francia donde la novel alta burguesía de banqueros, grandes comerciantes e industriales, apoyada por intelectuales y miembros de la clase media, luchó por el establecimiento de un régimen constitucional que pudiera garantizar la democracia parlamentaria.

Al detonarse una nueva oleada revolucionaria en 1830, acaudillada por la burguesía, ésta terminó por conseguir la derrota del poder aristocrático, consiguiendo que durante los próximos cincuenta años la dirigencia al poder estuviera a cargo de la gran burguesía, de tal forma que allí donde esta última triunfó, murió el absolutismo y nació la monarquía constitucional. A partir de entonces, Francia será considerada como la depositaria de la civilización moderna y cuna germinal del concepto de nacionalidad, de tal forma que no podría concebirse la existencia de un régimen de igualdad, fraternidad ni libertad allí donde hubiera gobiernos extranjeros que se hicieran de un régimen de privilegios e impusieran costumbres y lenguas ajenas a los de la zona dominada. El romanticismo, por su parte, sería el encargado de rescatar y defender los elementos integradores del concepto de nacionalidad: lenguas, vestimenta, leyendas, costumbres, etc., contribuyendo a que el
flamante nacionalismo se erigiera, a decir del propio Hobsbawm, en el “hijo de la doble
revolución.

Sí, fue éste un momento brillante y apasionante de la historia contemporánea, tal y como lo inmortalizó el arte, en el que emergió un nuevo mosaico de etnias hasta entonces sofocadas, gracias a que este periodo tuvo como ideas maestras a la libertad, nacionalidad y humanidad. Las mismas ideas que habrían de desencadenar los graves movimientos revolucionarios burgueses de 1848, gestados a partir de la insatisfacción de las clases medias y, en particular, de los intelectuales que, luego de 1830, aún no veían consolidar su ideal democrático. Aunado a ello, a partir de 1845 se había precipitado una aguda crisis agraria (de papas y cereales) que afectó a la industria, paralizó a las fábricas de textiles y a ramas como la ferroviaria, provocó severas hambrunas, sacudió al mundo financiero y anunció con ello el nuevo tipo de crisis estructural que habría de enfrentar el capitalismo.

Sistema que se caracterizaría por padecer crisis cada vez más frecuentes hasta que el propio sistema terminara derrumbándose, y aunque surge una nueva alianza vinculada al naciente socialismo utópico entre clases media y trabajadora en contra de la gran burguesía, al final la primera se repliega y los obreros terminan por ser aún más marginados. Europa habrá aprendido la lección, el proletariado deberá seguir adelante por sus propios medios.

Así, la Revolución Francesa se convirtió en un polvorín que impuso su sello a Occidente desde las postrimerías del siglo XVIII desde el momento en que se convirtió en el paradigma de las sucesivas insurrecciones populares. Sin embargo, al evocar al gran historiador galo Soboul sentenciar que dicha gesta se sitúa “en el propio corazón de la historia del mundo contemporáneo, en la encrucijada de las diversas corrientes sociales y políticas que han dividido a las naciones y las continúan dividiendo. Hija del entusiasmo, inflama a los hombres con el recuerdo de las luchas por la libertad y la independencia y por su sueño de igual dad fraternal o suscita el odio. Hija de la ilustración, concentra los ataques del privilegio y de la tradición o seduce la inteligencia por su esfuerzo inmenso para organizar la sociedad sobre fundamentos racionales. Siempre admirada o siempre despreciada la Revolución Francesa continúa estando viva en la conciencia de los hombres; y atestiguar hoy los hechos que la amagan, la historia nos impone realizar nuevas reflexiones.

bettyzanolli@gmail.com @BettyZanolli