Son las 8:00 de la mañana en el metro Chabacano de la Ciudad de México. Los sábados a estas horas, la usualmente concurrida estación, suele estar mucho más despejada al ser un día de descanso para la gran mayoría de la clase trabajadora. En cambio, el extraño fenómeno del Gran Premio de la Ciudad de México y sus paradójicas postales, provoca que este medio de transporte colectivo sea invadido por centenares de personas vestidas en su mayoría con gorras y chamarras de Red Bull Racing y accesorios que van de Coach a Balenciaga.
Al estar ubicado el Autódromo Hermanos Rodríguez en la oriental alcaldía Venustiano Carranza de la capital del país, el gobierno de la capital encabezado por Clara Brugada implementó un plan de movilidad con el objetivo de desahogar las avenidas principales que rodean el recinto. Como consecuencia, ese sector de la población acostumbrado a viajar en vehículos en el opulento lado opuesto de la ciudad, ha tenido que adaptarse a estas condiciones en las que no les ha quedado remedio que subir al metro o metrobús.
“Pues sí es un poco incómodo porque te miran extraño, actúan como si nunca hubieran usado el metro. Pon tú que sí, que no lo habían usado pero esa misma gente presume que está en el metro de Nueva York o París pero aquí nunca. Yo viajo siempre a estas horas aunque sea fin de semana porque mi trabajo es atender mi local, entonces cada año ya sé que vienen ahora sí que en peregrinación con sus lentes oscuros y gorras”, describe Anselmo Ortiz, un vendedor de accesorios para celulares.
“Para mí está bien, que también vean cómo es la vida de uno, que sube al metro y se tarda en pasar, que va todo lleno y que las escaleras no sirven. Luego esos son nuestros jefes, ¿no? Y que por lo menos les sirva para que cuando a uno se le haga tarde pues ya entiendan por qué es”, dice a su vez Margarita Hernández, una señora de 52 años que viaja en el mismo vagón que familias con cabellera rubia y accesorios verdes de Aston Martin.
El contraste es evidente a kilómetros. Las marcadas diferencias entre las clases sociales en el país son tan profundas y cada vez más expuestas gracias a la concientización generada por el acceso a la información que dan las redes, que ha ayudado a que las clases bajas y medias luchen cada vez más por reducir esa pronunciada brecha.
El estudio rostros de la desigualdad: Desigualdades Multidimensionales en la Ciudad de México hecho por Oxfam, reveló que la capital azteca es un lugar de extremos, pues contiene focos de lujo material y riqueza financiera que coexiste con una población que lucha por sobrevivir con bajos salarios y servicios públicos limitados. Según sus estimaciones, el 10 % de los hogares más ricos reciben el 45 % del ingreso total, o bien, 20 veces más que el 20 % más pobre.
“Muchos dicen que estos eventos generan más empleos y nos deja dinero a los menos favorecidos, pero finalmente es solo un salario, las verdaderas ganancias se las quedan los mismos de siempre. Por mí que se suban al metro, pero que sepan que nos damos cuenta de la situación, ya no es como antes”, afirma Roberto Mújica, un señor de 74 años que refunfuña al ver la multitud de personas de evidentes mejores condiciones de vida que la que le ha tocado.
Apenas a la entrada de la estación, en los torniquetes, una señora con afiladas uñas, cabello teñido con rayos y tenis Dolce & Gabbana intenta pasar su tarjeta de crédito por los sensores donde las tarjetas del metro dan acceso a quienes hicieron una previa recarga de $5 por pasaje. Platica con el policía y éste la deja pasar junto a otras cuatro personas que la acompañan. Agradece.
Sin embargo, minutos más tarde, el mismo oficial niega el acceso a otra persona en huaraches y desteñida gorra, al no completar para el pasaje. El irónico mensaje de una autoridad acostumbrada a beneficiar al sector dominante por encima de los de su propia clase. Una imagen más del surrealismo provocado cada año con el Gran Premio de México.