El origen es destino. ¿La ‘4T’ será como las otras tres?

La Cuarta Transformación busca cambiar el rumbo de México, pero enfrenta desafíos similares a los de sus grandes revoluciones históricas.



Desde hace un sexenio se ha pregonado que estamos ante una cuarta transformación. Según el artífice de este concepto, México ha transitado por periodos históricos que han representado el inicio y final de un ciclo; un parteaguas nacional. Para asegurar que estamos frente a otro proceso de transformación, sería interesante analizar brevemente cada una de ellas:

Primera: la Independencia, que se llevó a cabo en el periodo de 1810 a 1821, fue producto de muchas causas internas por el dominio español, como la desigualdad social, exclusión de los criollos de los altos cargos políticos, así como la explotación económica. Esta guerra entre los independentistas y realistas duró 11 años; participaron, por el grupo insurgente, entre 60 y 100 mil combatientes, mientras que del viejo régimen fueron entre 30 mil y 50 mil soldados, con un saldo de 300 mil muertes.

La segunda fue la Reforma, resultado de una crisis política, social y económica que enfrentaba el país tras la Independencia. Tuvo una duración de seis años (1855-1861) y se debió a la debilidad del Estado mexicano y una lucha entre dos grupos: liberales y conservadores. El país se encontraba en “bancarrota”, sin reformas en materia agraria, comercial, industrial y fiscal. Combatieron del lado liberal entre 20 mil y 30 mil soldados, al parecer el mismo número del bando conservador. Se estima que esta guerra cobró 20 mil muertos.

La Revolución mexicana es la tercera. Surge por graves tensiones políticas, sociales y económicas acumuladas: opresión, pobreza de campesinos y obreros, así como una grave injusticia social por falta de democracia, desequilibrio económico y territorial. Tuvo una duración de 10 años (1910 a 1920). Se enfrentaron líderes, ejércitos y sectores sociales con intereses distintos e incluso opuestos; maderistas, porfiristas golpistas, constitucionalistas, zapatistas, villistas, además de campesinos, obreros y clases medias. En esta guerra participaron cerca de un millón de personas. En combate murieron cerca de 300 mil mexicanos, pero entre ejecutados, desplazados, hambre y enfermedades, la cifra ascendió a un millón de fallecidos.

Por último, la cuarta transformación, por la que estamos transitando y construyendo un nuevo país… sí, uno nuevo de nuevo. Se basa en un cambio radical del sistema político y económico para combatir la corrupción, el privilegio y la impunidad; fortalecer el Estado de bienestar y la soberanía nacional. Está sustentado en una férrea austeridad republicana, justicia social y reforma de las instituciones de seguridad y procuración de justicia.

No es el espacio para calificar si esta última transformación está cumpliendo sus objetivos; lo que buscamos es reflexionar si en verdad esta y las otras tres han mejorado las condiciones del país, por lo que decían y hoy dicen luchar. En este periodo, de nueva cuenta, participan militantes y simpatizantes, funcionarios, usuarios o beneficiarios activos y ciudadanía en general que, al final, no rebasa el 25% de la población. Si bien no se vislumbra una guerra entre grupos, sí nos han polarizado, lo que ha llevado a alimentar ese “caldo de cultivo criminal” que en esta era se asemeja a los conflictos de las tres anteriores, con un saldo de muerte de más de 200 mil fallecidos.

Amable lector, haga sus comparativos y reflexione si en realidad necesitamos más revoluciones radicales que transiciones escalonadas, basadas en una sólida democracia y desarrollo nacional, donde dejemos de enfrentarnos como mexicanos y sumemos un México en paz, con espacio y cabida para todos.