Con las fiestas y los días de reflexión acercándose, considero que vale la pena reflexionar sobre uno de los aspectos que más nos detiene para progresar en términos de salud mental y en nuestra vida interior en general: el rencor.
La RAE define el rencor como un “sentimiento persistente de antipatía y oposición hacia una persona, acompañado de deseos de venganza, por considerarla la causante de un daño o perjuicio”.
Expresar las causas precisas del resentimiento o el rencor puede ser un desafío porque no siempre es sencillo y puede involucrar una multitud de factores. El rencor suele ser dirigido a una persona que nos hizo daño, pero con el tiempo puede volverse rencor hacia un grupo entero de personas o incluso la idea de una institución; la manera en la que surge suele ser la misma.
Es una especie de círculo vicioso en el que alguien es lastimado por una o más personas y a raíz de ello, comienza a guardar un resentimiento por la injusticia y los malos tratos que vivió.
El problema suele ser que muchas veces, en la práctica, ese resentimiento no va necesariamente dirigido a la persona que infringió el daño. Muchas veces solo sentimos la necesidad de infringir dolor a los demás pensando “yo ya lo viví una vez, si yo lo sufrí, ¿por qué los demás no?” o creyendo que todos deben de “aprender” de la misma manera que nosotros lo hicimos, incluso si fue a la mala. La enorme trampa de esta manera de pensar es que el dolor que esparcimos a causa del resentimiento no va a reducir nuestro dolor ni va a hacernos más felices, sino que lo único que hará es sufrir a personas que probablemente no tienen nada que ver con la raíz de nuestro sufrimiento.
No es casualidad que las palabras “rencor” y “resentimiento” suelen ir acompañadas del verbo guardar o cargar; porque el resentimiento es un peso cada vez más grande (e innecesario) con el que siempre cargaremos si no aprendemos a dejarlo ir correctamente. La mayor trampa de todas es que, de esta manera, muchas veces termina afectándonos más a nosotros que al ofensor.
El resentimiento no solo se queda en la mente; también puede tener implicaciones físicas. Una investigación de Johns Hopkins Medicine señala que la ira y el resentimiento crónicos pueden provocar cambios en la frecuencia cardíaca, la presión arterial y la respuesta inmunitaria, lo que aumenta el riesgo de sufrir enfermedades cardíacas, diabetes y otras afecciones; por otro lado, el perdón y la resolución del resentimiento pueden conducir a una mejor salud física, incluida una presión arterial más baja y un sistema inmunológico más fuerte.
La realidad es que muchas personas han sido víctimas en sus vidas. Han sufrido sin haber infringido ningún daño y han sido receptores de violencia aun siendo inocentes. Pero lo que no terminamos de entender es que, a pesar de que en ese momento hayamos sido víctimas, todo lo que hagamos a partir de ese momento se convierte en nuestra responsabilidad. Ya no tiene nada que ver con nuestro agresor. Independientemente de lo mucho que hayamos sufrido, este dolor ahora es nuestro, y a nosotros cabe convertirlo en algo que no se vuelva tóxico para nosotros y para los demás. Y es esta la verdad que la mayoría de las personas no termina de entender (o simplemente se niega a aceptar).
Dejar ir el rencor y convertirlo en un aprendizaje no es nada fácil (no es casualidad que solo muy pocos lo hagan) pero es lo único que nos liberará de estas cadenas tan pesadas que tantas personas terminan cargando hasta el fin de sus vidas.
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