Un huracán o un sismo revelan, con crudeza, la solidez de las instituciones y la capacidad de liderazgo de quienes las encabezan. En esos momentos, la diferencia entre un gobierno competente y uno torpe no está en la magnitud del daño material, sino en la rapidez y eficacia con que se reconstruye la confianza ciudadana. Cuando la respuesta de las autoridades no cumple con las expectativas de la gente, la desgracia se convierte en un caldo de cultivo de agravios y reclamos que pueden derivar en corrientes de opinión contrarias a los gobiernos en turno. Los desastres no inventan la ineptitud: la exhiben.
El gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum ha tenido que actuar con rapidez, no sólo por la magnitud de la tragedia provocada por las tormentas que afectaron Veracruz, Hidalgo, Puebla y Querétaro, sino porque los desastres naturales traen consigo consecuencias políticas. Con sus visitas a las zonas afectadas y sus conferencias, la Presidenta busca mantener la atención pública en lo que se está haciendo, proyectar que se actúa ágilmente y responder con prontitud a las críticas antes de que se conviertan en verdades ampliamente aceptadas.
La Presidenta enfrenta tres amenazas que toda tragedia plantea a un gobierno: la ineptitud, la corrupción y la insensibilidad.
1. La ineptitud. Las respuestas de los gobiernos ante un gran desastre natural son, la mayoría de las veces, insuficientes. No hay preparación que garantice una reacción óptima, porque la magnitud de la tragedia suele superar los recursos humanos y materiales disponibles. La efectividad también puede verse afectada por la falta de coordinación entre autoridades federales y estatales. Lo más que puede hacer un gobierno es tratar de cerrar rápidamente la brecha entre sus acciones y las expectativas de los damnificados y de la sociedad en su conjunto, porque mientras más grande sea, mayor es la percepción social de que el gobierno es incapaz de atender sus necesidades.
2. La corrupción. Con frecuencia, la gente busca explicaciones al desastre que ha sufrido no en la naturaleza misma -en una tormenta o un terremoto-, sino en las acciones u omisiones de las autoridades que no pudieron evitarlo o mitigarlo. Salen a relucir las inversiones que nunca se hicieron para desazolvar drenajes o ríos, la falta de diques, los permisos de construcción otorgados en zonas inadecuadas, el uso de materiales de mala calidad o la inexistencia de ambulancias y vehículos que supuestamente se habían adquirido. El desastre alimenta la interpretación, tan común en nuestra sociedad, de que la corrupción pública es la verdadera causa que está detrás de la tragedia.
3. La insensibilidad. En las tragedias se desbordan las emociones y se convierten en corrientes de sentimiento que los gobernantes encuentran muy difícil navegar. La desconexión de un funcionario con el desamparo de una comunidad se refleja en algo tan simple como la limpieza de sus manos o sus zapatos, el cuidado de su peinado o su actitud distante al escuchar. El damnificado queda con la impresión de que el gobernante no sabe lo que sufre, no comprende la desazón que vive y no se identifica con su angustia.
El control de los hilos del poder y la popularidad de la presidenta Sheinbaum reducen el impacto de las críticas por corrupción o insensibilidad. Pero, de las tres, la de ineptitud es su más peligrosa amenaza.
Más allá del reparto de dinero mediante programas sociales o de los avances en la reducción de la pobreza, los gobiernos de Morena se han distinguido por un desempeño mediocre. El crecimiento económico se ha mantenido en torno a un magro 1% anual. Ninguna de sus grandes obras -el Tren Maya, la refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles o la aerolínea Mexicana, por ejemplo- ha cumplido los plazos ni los costos proyectados, y siguen representando pérdidas para el erario. En las encuestas, la alta popularidad presidencial contrasta con la baja evaluación en materia de seguridad, economía y combate a la corrupción.
Los desastres naturales son inevitables; los políticos, no. Pero cuando coinciden, lo que queda a la vista no son sólo casas derrumbadas o caminos destruidos, sino la credibilidad o el descrédito de un gobierno. En política, el desastre más temido no es natural: es el que nace de la incapacidad para responder a tiempo y con verdad. En los próximos años, el gobierno mexicano corre el riesgo de que cualquier respuesta mediocre ante futuras tragedias naturales fortalezca la impresión de incompetencia.




