En el mundo de la información actual, la desinformación se ha convertido en un problema omnipresente, donde la falsedad, la suposición y el engaño cínico predominan sobre la verdad. La abundancia de datos no se traduce en una mayor claridad; más bien, el exceso de información puede consolidar verdades a medias y mitos, generando un panorama confuso y engañoso. Este fenómeno, que podría denominarse “la era de la datofrenia”, se manifiesta en la rápida propagación de noticias falsas y rumores, que se expanden a una velocidad alarmante a través de las redes sociales. La mística de la inmediatez y la comodidad de aceptar datos sin grandes preguntas han llevado a una situación en la que se valoran las apariencias y la cantidad sobre la profundidad y la verdad.
En esta “era de la datofrenia”, asistimos a una transición del mundo de la intensidad hacia uno más ligero, caracterizado por la ausencia de autocriticas y compromisos. La apuesta es por una realidad superficial y fragmentada, donde las verdades son siempre parciales y de corta vida. El enfoque está en el presente efímero, donde la capacidad de acumular datos se convierte en un criterio para establecer realidades temporales, sin el esfuerzo de interpretar o cuestionar su validez. Esta tendencia refleja una creciente desconexión con la reflexión profunda y la responsabilidad crítica, esenciales para comprender la complejidad del mundo moderno.
La rapidez con la que se difunden estas verdades a medias en la era digital es preocupante, ya que una noticia falsa puede adquirir una vida propia y convertirse en una bola de nieve, sin importar la disponibilidad de información verificada que podría desmentirla. Las redes sociales amplifican esta situación al permitir que la desinformación se propague con facilidad y se refuerce, a menudo sin un mecanismo efectivo para rectificarla. Este ciclo perpetuo de desinformación pone en riesgo la calidad del debate público y la confianza en las fuentes de información.
Los medios de comunicación son un factor sustancial en la producción y réplica de noticias falsas, aunque son esos mismos medios, curiosamente, los que se autodenominan transmisores de la “verdad” y la información. Ya hemos hablado en otras ocasiones del clickbait, una técnica poco ética que utiliza títulos e información sensacionalista o exagerada para que los usuarios hagan clic en los enlaces, donde suelen encontrarse con información que no tiene nada que ver con lo que ofrece el gancho. Es una técnica cada vez más utilizada por los medios de comunicación, incluso aquellos que como medios impresos tenían cierta fama por su seriedad comunicativa.
Es que el negocio de la información se ha transformado. El material impreso, al menos en las publicaciones periódicas, ha dejado de ser el favorito y, de hecho, parece que pronto terminará por morir. Lo de hoy es el mundo digital, y en internet la competencia es feroz; los anunciantes pagan por visitas, que, a diferencia del pasado, son perfectamente cuantificables y permiten generar estadísticas que moldean el mercado y regulan los precios. Además, los medios tienen que luchar con la transmisión masiva de información de primera mano gracias a las redes sociales. El video de un testigo es mucho más popular que el de un reportero que llega una hora después al evento. Las fuentes están al alcance de todos y las redes permiten que el contenido se viralice sin la intervención de los medios tradicionales. La respuesta de los medios ha sido contundente: bajar su calidad comunicativa en busca de patrocinios.
Los enlaces en redes a veces son tan absurdos que obligan al usuario a dar clic para conocer un precio, un lugar, un nombre o un dato aislado. No falta quien regresa a los comentarios y da la respuesta para evitar que la publicación siga beneficiándose del clickbait. En este sentido, hay una lucha constante del usuario común contra los grandes enunciadores del pasado por la primicia informativa, y lo cierto es que los medios no están ganando, pues su prestigio y credibilidad se debilitan día con día a tal grado que promueven más notas acerca de espectáculos que sobre temas de interés nacional.
Otro factor que influye es la inclinación que tienen por ciertas posturas políticas o valores. En el siglo XX, cuando el periódico era el rey de la información, era fácil estar de acuerdo con las inclinaciones políticas de un medio u otro. Se sabía bien cuál era de izquierda, cuál de derecha, cuál era conservador o hasta religioso, y cuál otro subversivo. Conocer las inclinaciones era un factor clave para el número de compradores o suscriptores que buscaban, el lector elegía, por lo general, el que mejor se ajustase a la postura propia. Se trataba de un ambiente de audiencias donde el papel del comunicador era hegemónico y los receptores eran considerados “masas”.
Hoy la tendencia ha cambiado. Aunque muchos se dejan llevar por un título sensacionalista o una postura que vaya de acuerdo con sus ideas políticas, también han surgido nuevos tipos de usuarios mucho más participativos y activos, y no solo se trata de los más jóvenes. Tomar la palabra en redes sociales es un verdadero acto de disrupción, pues implica que las masas se han transformado en actores. Pero por desgracia, la mayoría de los actores siguen manifestando pocas habilidades para diferenciar el contenido de calidad del que no lo es, y ahora el verdadero problema es el exceso de información, en su mayoría incompleta o sesgada, que ha venido a reemplazar las narrativas impuestas por los grandes enunciadores del pasado.
La hegemonía enunciativa de hoy es el rumor, la especulación y la información fragmentaria. Es curioso ver cómo hay todavía noticias de hace años, que fueron desmentidas en su momento, viajando entre las voces de los replicadores de las redes. Los indignados, los preocupados, los alarmistas tal vez tendrían únicamente que abrir el enlace y leer la nota completa o hacer una breve búsqueda en internet para darse cuenta de que se trata de información falsa. Pero esta acción tan simple y tan al alcance de todos está lejos de ser común. La herramienta más urgente de nuestro tiempo es aprender a lidiar con la información y vencer el hedonismo, leer con atención y pensar seriamente antes de propagar información sin sustento.
Hilo de telaraña. Con el incremento de las enfermedades respiratorias es importante recordar que la automedicación es peligrosa. La OMS insiste en el incremento acelerado de la resistencia bacteriana en todo el mundo por el uso excesivo de antibióticos.